sábado, 21 de marzo de 2015

En el nombre de...

Clases, naciones, civilizaciones, dioses, pueblan nuestro discurso diario como si fueran reales y tangibles, como si fueran árboles, animales o edificios. Y son meras convenciones, necesarias para la vida social y nuestra comprensión del mundo, pero inaprehensibles como actores en el escenario humano.
“En el nombre de Dios todopoderoso”, comienzan su sermón los ulemas o los obispos. “En representación del proletariado”, dicen —o decían— hablar los partidos comunistas. “Lo que Cataluña pide es”, oímos a cualquier nacionalista; a lo que su contrincante, con no menor desenvoltura, le opone: “España no puede consentir…”. Otros se arrogan la representación de “la gente” o “el pueblo”. Y hay quien propone una “alianza de civilizaciones” y se abraza un dirigente exótico convencido de ser una civilización; a lo que un politólogo conservador opone su pesimista diagnóstico de una “guerra de civilizaciones”, sin explicar cómo dan órdenes y movilizan ejércitos… Cualquiera que oiga una de estas, aparentemente ingenuas, expresiones, debería alarmarse, pulsar de inmediato el botón de las alarmas.
Porque no estamos ya en el mundo mental de los autos sacramentales, unos dramas alegóricos en los que aparecían personajes que encarnaban ideas, como la Fe, el Pecado, la Primavera, el Apetito, la Sabiduría, la Caridad o el Error, y que exponían con nitidez las ventajas o inconvenientes de esas abstracciones. Era una manera sencilla de explicar a una sociedad poco letrada las complejidades teológicas de una religión común a todos. Pero hoy, después de lo que hemos sufrido con guerras religiosas e ideológicas, ¿podemos consentir que alguien hable en nombre de Dios, el proletariado, el islam, Cataluña, España o “la gente”? ¿Quiénes son, dónde están, estos entes? ¿Quién puede presumir de haberlos conocido en persona, de haberse tomado una copa o dado de bofetadas con ellos?
A quien pretenda ser portavoz de un ente etéreo deberíamos exigirle que nos lo presentara o que nos enseñara el poder notarial por el que le hizo su mandatario. Si no, que no se ofenda si dudamos de su representatividad. Un escéptico sano, cuando se enfrenta con una demanda en nombre de estos entes etéreos, siente ganas de actuar como un juez que manda al ujier que se asome al pasillo y diga en voz alta y clara: “¡Que pase Dios (o Cataluña, el proletariado, la gente, la civilización X)!”. No hace falta ser un descreído rastrero para augurar que no aparecerá nadie.
Nuestro análisis o nuestra explicación del mundo deben partir siempre de datos verificables
Puede, eso sí —incluso es probable—, que se presente alguien que ostente un cargo de una institución y diga que habla en nombre de esa clase social, nación, civilización o divinidad. Pero no podrá evitar que haya otro que reclame de inmediato representar también a ese mismo ente ideal y le denuncie como farsante, sosteniendo a continuación una propuesta política opuesta a la suya. La pretensión, por ejemplo, de un comunista de ser el portavoz del proletariado le será disputada por socialistas, anarquistas, trotskistas o maoístas, que acusarán al primero, como poco, de traidor a los intereses de clase, y, si les dejan explayarse, de asesino cargado de una ristra de crímenes, muchos de ellos contra camaradas de los segundos. Por no hablar de los obreros apolíticos, o sin afiliar, que serán quizás mayoría y que podrían perfectamente reclamar el derecho a ser reconocidos como el auténtico proletariado. No digamos la cantidad de competidores que le saldrán al que pretenda hablar en nombre de Dios. No solo ha habido innumerables dioses en la historia humana, sino que quienes rinden culto a uno determinado están divididos en una miríada de Iglesias, cada una de las cuales pretende ser la “verdadera”. La historia registra muchas batallas en las que ejércitos enfrentados invocaron, poco antes de acuchillarse mutuamente, la protección de un mismo Dios. Y, en general, el funcionario clerical que actúa en nombre de una divinidad odia menos a los fieles de otras religiones que al “hereje” que venera al mismo Dios que él pero interpreta el mensaje sagrado de un modo distinto —aunque sea levemente distinto— al suyo.
No quiero entrar aquí en un debate filosófico sobre lo que es una abstracción y sus diferencias con esencias, tipos ideales o universales. Me refiero a una cierta clase de abstracciones: a las identidades colectivas, esos conjuntos sociales a los que los individuos nos adscribimos y que nos etiquetan, diferencian, comparan y discriminan, sea positiva o negativamente. Estos entes pueblan nuestro discurso cotidiano, creemos en ellos, cohesionan nuestra sociedad y nos movilizan contra los que consideramos “nuestros” enemigos. Pero, estrictamente hablando, ni protagonizan la acción política ni explican la causalidad histórica. Esto lo hacen organizaciones o grupos concretos que, eso sí, dicen actuar en nombre de una colectividad o de un programa o mensaje moral. Y, en efecto, nacieron un día en defensa de ese conjunto o al servicio de esa idea, suficientemente atractivos en su momento como para hacerles alcanzar el éxito; y siguen hoy difundiendo, de manera rutinaria, aquel mensaje o identidad que marcan a sus seguidores. Pero, en sus decisiones diarias, los intereses de la propia organización priman sobre los principios del mensaje fundacional. Y eso, los intereses y motivaciones de quienes incitan a la acción, es lo que explica los enfrentamientos y los acuerdos, mucho más que la referencia a la colectividad o al mensaje ideal del fundador, ilocalizable la primera y muerto el segundo hace quizás milenios.
Para explicar el pasado o el presente, lo mínimo que debemos exigir a un historiador o un científico social es que su análisis parta de sujetos concretos, inequívocos, de los que pueda documentar reuniones, decisiones y actuaciones. Es decir, que no atribuya la autoría de los hechos a la burguesía o al proletariado, a España o a Cataluña, al islam o al cristianismo, a la gente o la casta, sino al partido o sindicato A o B, al círculo nacionalista X o Z, a la iglesia tal o cual, a esta o aquella corporación financiera, al grupo revolucionario Mano Negra o a la oficina contraterrorista MI5. Los cuales, por supuesto, tienen estados mayores, dan órdenes, las difunden a través de redes, proporcionan medios para ejecutarlas… Esa es la mano que actúa, y no la del ente colectivo al que llamamos religión o civilización. Y lo hace, por cierto, con las debilidades y miserias propias del ser humano, mucho mejor reflejadas en los calamitosos delincuentes de los hermanos Coen que en los recios e infalibles héroes de los westernclásicos.
¿Podemos consentir que alguien hable por Dios, el islam, Cataluña, España o “la gente”?
Este no es un llamamiento en favor de un empirismo ingenuo. No estoy diciendo que el análisis político o el relato histórico deban limitarse a registrar datos y hechos. Los datos no bastan para explicar nuestro entorno ni nuestro pasado. Necesitan ser interpretados, para lo que nuestra mente recurre a esquemas mentales, a conceptos abstractos. Pero estos son solo instrumentos analíticos, no realidades. En cuanto a los sujetos colectivos o los conjuntos normativos que pueblan nuestro discurso —clases, naciones, doctrinas, mitos, promesas redentoras—, tienen realidad, en la medida en que creemos en ellos y actuamos movidos por ellos; pero tampoco son los autores o los protagonistas de los acontecimientos. Nuestro análisis, o nuestra explicación del mundo, debe partir siempre de datos verificables: el individuo X se reunió con Y el día tal en el sitio A o B y le hizo esta o aquella propuesta. Que lo hiciera diciendo actuar en nombre de una idea es lo de menos, aunque tampoco debamos despreciarlo, porque quizás ayude a entender por qué fue aceptado o rechazado.
Seamos exigentes con cualquiera que suba al escenario —o baje al ruedo, si prefieren metáforas taurinas— diciendo que representa a una abstracción. A ver, papeles. Que se identifique, que lo demuestre. Cosa que, no hace falta añadir, no podrá hacer. Si, pese a ello, aceptamos que quien actúa es el ente incorpóreo al que él dice encarnar, simplificaremos de manera infantil la realidad, idealizaremos en exceso las motivaciones de los personajes, abonaremos el campo para visiones conspiratorias y encarrilaremos los problemas por sendas que dificultan los acuerdos.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España(Pons / Crítica).
fuentes http://elpais.com/elpais/2015/03/12/opinion/1426156851_136793.html

La cuestión de la desigualdad

La corrupción, el deterioro del régimen y la cuestión territorial ocupan gran parte de la atención en los debates de un año plenamente electoral. Escarnios como el de la Agencia Tributaria quecompara al PP con Cáritas para justificar que reciba donaciones ilegales y no pague por ellas (doble infracción) confirman la pésima salud del régimen y la escasa sensibilidad democrática del partido gobernante que sigue sin asumir responsabilidades políticas por las hazañas de su tesorero y utiliza los servicios de la Administración para protegerse.
Hay cierta tendencia a creer que el factor electoral decisivo es la economía
En este contexto, cuesta que entre en la agenda electoral la desigualdad que hoy es el principal problema de España. Cuando la desigualdad se acerca a sus niveles catastróficos el sistema se resiente en cadena: las fracturas sociales crecen, se pierde eficiencia, aumenta el gasto, cae la mítica productividad, crece la inseguridad, el Estado del bienestar se gripa y se hunden las expectativas, que son el verdadero motor social.
Hay cierta tendencia a creer que el factor electoral decisivo es la economía. De esta idea vive el PP: si la economía crece la victoria se dará por añadidura. Pero esta visión estadística de la economía que circula por los despachos, que ve la caída de los salarios como un éxito de las reformas y no como un problema para millones de ciudadanos, es socialmente ininteligible. La verdad social de la economía es otra: es la percepción que los ciudadanos tienen de sus expectativas de futuro. Mientras el Gobierno pregona que ya se ha salido de la crisis, los salarios siguen bajando, los nuevos empleos duran un suspiro y la hora de trabajo a tiempo parcial es muy inferior a la de tiempo completo.
La corrupción destruye las instituciones, quiebra la moral colectiva y sale muy cara al país. Esperábamos que los Gobiernos sometieran los mercados a la democracia y resulta que lo que hacen es adaptar la democracia a los mercados, es decir, vaciarla poquito a poco. Con razón los nuevos partidos claman contra este deterioro. Sería una frustración enorme que al final del ciclo electoral no cambiara nada. Pero esto no debería impedir reconocer que la cuestión de fondo es la desigualdad. Y que en todos los problemas del país subyace la cuestión de la equidad.
Es irritante ver el desprecio que la derecha tiene por la cuestión de la desigualdad
François Hollande ganó a Nicolas Sarkozy con una campaña basada en la idea de justicia. Una vez en el poder se olvidó de ella y se hundió hasta convertirse en el presidente francés con mayor rechazo. El que ponga la cuestión de la desigualdad en el centro de la agenda política y fuerce a los demás a reconocerla, tendrá la iniciativa en la campaña. Siempre y cuando sea capaz de ser creíble en las formas de plantearla y en las propuestas para afrontarla. Es irritante ver el desprecio que la derecha tiene por la cuestión de la desigualdad. “¿Qué es la igualdad? Los hombres siempre hemos sido desiguales”, dicen. ¿Cinismo o estupidez?
fuentes http://politica.elpais.com/politica/2015/03/18/actualidad/1426704204_367340.html

La pátina frágil de la civilización

Hollywood nos ha enseñado a ver el final de la II Guerra Mundial como una vuelta a la sensatez y la calma tras el infierno que asoló Europa, al socaire del Plan Marshall y del espíritu de concordia que acabaría fraguando en el embrión de la futura Unión, hoy amenazada por fuera y por dentro. Los rostros cincelados de sus estrellas encarnan en el imaginario colectivo la versión optimista del “amigo americano”, ese heroico ensueño que habría venido al rescate de un continente reducido literalmente a escombros, aunque capaz de resucitar al poco, cual ave Fénix, tras recobrar la cordura como por ensalmo. La más devastadora contienda conocida habría alumbrado el mayor periodo de prosperidad europeo, final feliz que supuestamente confirmaría la tan unánime como infundada fe en la mejora inexorable del mundo, entrañada en el mito del progreso.
Muy distinto, no obstante, fue lo que en realidad ocurrió durante la década posterior a la liberación de Auschwitz, como revela la lectura de Continente salvaje (Galaxia Gutenberg, 2014), documentada investigación realizada por el joven historiador Keith Lowe cuya sobriedad, ponderación política y concernimiento moral recuerdan las cualidades que el añorado Tony Judt mostró en su clásicoPostguerra. Y cuya escalofriante, sobrecogedora exposición de ese largo y desconocido purgatorio traen a la memoria las que Timothy Snyder ofreció hace pocos años en Tierras de sangre, a propósito del demente genocidio que a principios de los años treinta, en un amplio territorio comprendido entre Polonia, Bielorrusia y Ucrania, causó el choque entre los totalitarismos nazi y soviético.
Como el soberbio estudio de Snyder, el de Lowe suscita en el lector una mezcla de estupefacción y horror, porque además de la conocida destrucción de la industria, la agricultura, las ciudades y las vías de transporte, la II Guerra Mundial desencadenó una calamidad más terrible aún, y mucho más ignorada: la del frágil tejido moral sin el que la vida humana digna de tal nombre se degrada en inhumana existencia, cuando no en irreparable exterminio.
Al contrario de lo que las mayoritarias creencias suponen, el horror no acabó con el suicidio de Hitler en su búnker y con la liberación de los supervivientes de Treblinka y Mauthausen: al menos hasta mediados de los años cincuenta, millones de europeos sufrieron hambre y horrendas privaciones, desamparo o reclusión, persecuciones y exilios forzados, deportaciones étnicas masivas, esclavitud y torturas, sevicias y violaciones padecidas por millares de mujeres, amén de incontables ejecuciones sumarias impulsadas por la indiscriminada venganza, cuando no por la pura abyección. Denunciados hace pocos años por Paul Preston en El holocausto español, los horrores de nuestra posguerra se multiplicaron al este del Rin y el Danubio, debido a la caída en la barbarie que sucedió al apocalipsis.
Aunque demasiados artistas y pensadores tardaron en asumirlo, un puñado de ellos —Horkheimer, Adorno o Camus— repararon en seguida en que esa nueva y oficiosa guerra de los 30 años, los incluidos entre 1918 y el periodo que Lowe estudia, acarreó trascendentes efectos. En primer lugar, porque hizo trizas la utopía del progreso sin vuelta atrás acuñada por los filósofos de la Ilustración, convencidos de que la endiosada Razón sería por sí sola capaz de guiar a la entera humanidad, a través de una senda de creciente educación, igualdad y justicia, hacia un horizonte de perpetua paz y emancipación. Y después porque, al revelar que ese progreso es siempre susceptible de abrupta regresión, mostró cuán quebradiza y vulnerable es la civilización, ese delicado edificio político, ético, económico e institucional que el calvario de las dos guerras mundiales —y de sus terribles posguerras— redujo a cenizas.
El lector llega exhausto a la última página de Continente salvaje, no solo trastornado por el minucioso exposé, sino alarmado por la luz que sobre el tiempo presente arroja ese periodo mixtificado por la maniquea propaganda oficial, durante más de medio siglo obcecada en achacar la culpa de todos los males al nazismo alemán —de lejos el principal, aunque no el único de sus responsables—, y así eximir de ella a los incontables sujetos y colectivos que participaron en el incendio, así como a los Estados que atizaron sus llamas.
Desde entonces, por vez primera, millones de europeos han disfrutado una paz y prosperidad relativas que siguen dando ilusamente por descontadas, imbuidos de ese pensamiento mágico que supone garantizado el progreso, a pesar incluso de los pesares que la vigente crisis desata. ¿Es que los políticos, financieros, empresarios y ciudadanos corruptos que han arruinado la economía y minado la esfera pública ignoran los horrores pasados y los presentes peligros? ¿O acaso son perfectamente conscientes de él, y de que su proceder mina las vigas maestras del edificio y sus mismos cimientos? ¿A qué nuevo precipicio nos lleva su cinismo desfachatado, su estupidez y su indecencia?
Albert Chillón es profesor de la UAB y escritor.
fuenteshttp://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/03/19/catalunya/1426793837_310181.html
  • Enviar a LinkedIn1

40 dólares por barril

Lo más relevante en la economía mundial en 2015, junto a la apreciación del dólar, es la caída de los precios de las materias primas y principalmente del petróleo. En la última década los inversores han tomado posición en estos mercados y su correlación con las bolsas se ha triplicado. La causa principal del desplome que hemos visto es financiera. Cuando la Fed bajó los tipos al 0% e inyectó billones de dólares en la economía infló los precios de las acciones y también de las materias primas. Cuando anunció que dejaba de inyectar, y ahora que se prepara para subir tipos, es lógico que los precios que subieron caigan.
Pero también hay causas de oferta y demanda que explican el desplome de los precios. China ha cambiado su modelo y ha moderado significativamente su crecimiento, especialmente de importaciones. Esto ha reducido el crecimiento de demanda de materias primas y es otra causa que explica el fin del superciclo. No obstante, China sigue creciendo y explica el 40% del crecimiento de la demanda mundial de crudo.
En la oferta de petróleo los cambios han sido más drásticos. EE UU con petróleo no convencional vuelve a ser el mayor productor del mundo y explica el 100% del aumento de la oferta de crudo mundial. El fracking ha revolucionado el mercado y ha reventado el poder de fijación de precios de la OPEP. Hay pozos en el sur de EE UU con petróleo muy pesado y costes de extracción no rentables a estos precios. Pero en Dakota del Norte extraen petróleo ligero con costes próximos a 30 dólares el barril. La tecnología avanza a toda velocidad y reduce los costes un 15% cada año. También han mejorado el impacto ambiental sustituyendo el agua por cerámicas.
Los inventarios están en máximos históricos y la presión sobre el precio a corto y medio plazo es a la baja. Y ¿a largo plazo? Como diría Keynes, todos muertos. José Antonio Ocampo, catedrático de la universidad de Columbia, ha estudiado los superciclos y periodos prolongados de precios altos van seguidos de periodos prolongados de precios bajos. En la oferta, la revolución energética, especialmente de las renovables, mantendrá la presión deflacionista. La duda es la demanda. India y China determinarán el crecimiento del consumo de petróleo y esto no sucedía en el pasado. Por lo tanto, a largo plazo la presión de demanda sobre el precio será inflacionista.
El FMI ha estimado que la bajada del petróleo aumentará aproximadamente el 1% el PIB mundial. Pero el impacto no será neutral. España es ganadora ya que a estos precios se ahorrará más de 20.000 millones en sus importaciones de crudo. Ese dinero se usará para aumentar el consumo, la inversión y esperemos que también el ahorro, especialmente público.
Pero los países productores sufrirán y muchos quebrarán y sufrirán graves crisis financieras. Rusia, Venezuela, Ecuador y países del norte de África y del medio Oriente son los principales candidatos. Esto tendrá implicaciones geoestratégicas y es el momento de reforzar Naciones Unidas y mejorar la gobernanza global. Es especialmente necesario poner orden en los mercados financieros que han demostrado sobradamente su gran capacidad destructiva y de provocar desempleo e infelicidad.
fuentes http://economia.elpais.com/economia/2015/03/19/actualidad/1426784809_239752.html

El hechizo israelí

El miedo funciona electoralmente, sostienen los expertos en comunicación política, porque el cerebro procesa la información relacionada con nuestra seguridad de una forma distinta de la que lo hace con otras noticias. Ese mecanismo de alerta temprana llamado instinto de supervivencia explica que la gente se pegue al televisor cuando tienen lugar desastres naturales o que interese mucho más un atraco que la información política. Si quieren dirigir un informativo televisivo de éxito, el truco es fácil: pongan sólo inundaciones y muchos, muchos sucesos.
Ahora piensen en Israel, rodeado de amenazas existenciales, y entenderán por qué Benjamín Netanyahu va camino de convertirse en el primer ministro más longevo de la historia de Israel y por qué la izquierda de ese país, empeñada en hablar del precio de la vivienda o, en tiempos ya lejanos, de la paz con los palestinos, se asemeja a una especie en vías de extinción.
Nadie puede cuestionar el derecho de los israelíes a preocuparse por su seguridad ni a que esas preocupaciones se sitúen en el centro de la vida política: pocos países en el mundo enfrentan un problema de seguridad tan extremo como lo hace Israel. El problema es que las políticas de Netanyahu, aunque crean la ilusión de hacerlo, distan mucho de garantizar la seguridad de su país. Cierto que el proceso de paz con los palestinos basado en una solución que diera lugar a dos Estados, uno israelí y otro palestino, estaba prácticamente muerto. Pero al renunciar Netanyahu formalmente a ese horizonte, como lo ha hecho durante la campaña, sitúa a la comunidad internacional y a los palestinos ante una situación insostenible. EE UU, pero sobre todo Obama, tendrá que decidir si deja el problema a su sucesor o cierra su mandato con un enfrentamiento con Israel en campo abierto y año electoral. De igual forma, los europeos (España incluida) se verán impelidos a activar los reconocimientos al Estado palestino, paralizados hasta la fecha con el argumento de no perjudicar el proceso de paz, y a revisar sus relaciones con Israel, convertida en potencia ocupante de un territorio sin ningún título legal para hacerlo ni intención de disimular dicha carencia ni la temporalidad de la ocupación.
Muchos israelíes parecen vivir instalados en el convencimiento de que deben su seguridad a la maestría política de Netanyahu. Éste ha logrado convencerles de que la ocupación de Cisjordania y el bloqueo de Gaza no sólo no tienen coste alguno sino que explican y garantizan su seguridad. Pero nada hay más lejos de la realidad: si algo explica esa sensación de seguridad es la decisión consciente de EE UU y los europeos de mirar, día tras día, hacia otro lado. Cierto, la lógica de este argumento requeriría una política que elevara los costes de la ocupación y disipara esa sensación de seguridad. Pero, estén seguros, nadie a este lado se atreverá a romper el hechizo.
Sígueme en @jitorreblanca y en el blog Café Steiner en elpais.com
fuentes http://internacional.elpais.com/internacional/2015/03/19/actualidad/1426788051_388470.html

Crisis de legitimidad

Una sociedad democrática no solamente necesita la presencia de partidos políticos, sino que necesita que estos constituyan un sistema, es decir, un todo ordenado a través del cual la sociedad pueda autodirigirse políticamente. A través del ejercicio de los derechos de asociación y de participación política la sociedad tiene que ser capaz de tomar decisiones y hacer frente a los problemas que se le planteen. De no ser así el riesgo de desmoronamiento, por utilizar el título del formidable libro de George Packer (Debate 2015) es muy alto.
La sociedad española se ha reconocido en ese sistema de partidos durante más de 30 años
El resultado de las elecciones de junio de 1977 alumbró un sistema de partidos que se ha mantenido estable con ligerísimas oscilaciones, durante las 10 primeras legislaturas constitucionales, desde la que empezó en 1979 a la que lo hizo en 2011. Y también en las elecciones municipales y autonómicas y europeas. Algunas singularidades se han expresado en el País Vasco, Cataluña y en menor medida en Galicia y en Canarias, pero sin que el sistema se desnaturalizara.
No cabe duda de que la sociedad española se ha reconocido en ese sistema de partidos durante más de 30 años. La serie histórica de los Barómetros del CIS es una prueba irrefutable. En ese reconocimiento ha descansado su legitimidad y en dicha legitimidad ha estado el secreto de su eficacia. Con este sistema de partidos España ha vivido las mejores décadas de su historia contemporánea.
Con el resultado de las elecciones europeas de mayo de 2014 la sociedad española puso de manifiesto que empezaba a dejar de reconocerse en el sistema de partidos en el que se había reconocido desde 1977. Todos los estudios de opinión conocidos desde entonces, públicos como los del CIS o los del CEO de Cataluña, o privados, como los de los diferentes medios de comunicación, confirman ese alejamiento de la sociedad española del sistema de partidos de la Transición. En las cuatro elecciones que se van a celebrar en 2015 vamos a comprobar si es así o no.
No es sólo la Constitución territorial la que tendría que ser reformada
El sistema de partidos se ha constituido con base en un bloque normativo integrado por los artículos 68 y 69 de la Constitución, la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, la Ley de Partidos, la Ley de Financiación de los Partidos y los Reglamentos del Congreso de los Diputados y del Senado. Si la sociedad española deja de reconocerse en el sistema de partidos en que se ha reconocido desde 1977, será una indicación inequívoca de que no es posible seguir manteniendo el bloque normativo que está en el origen del mismo. No es solamente la Constitución territorial la que tendría que ser reformada. Tras los resultados de las elecciones de 2015 tal vez lo más urgente sea la reforma del bloque normativo a través del cual la sociedad hace la síntesis política de sí misma mediante la que se proporciona legitimidad a la acción del Estado.
fuentes http://politica.elpais.com/politica/2015/03/20/actualidad/1426882791_525987.html

El desdén

Justo el día del eclipse, el editor y mohicano Jorge Herralde, ya legendario a los 80 años, pone el foco en su sitio: “En España hay desdén por la cultura”. Está bien elegida la palabra. El desdén. Punzante y sutil a la vez. Ese desdén está en el epicentro de todos los escombros, de todas las ruinas, de todos los fracasos colectivos. El que desdeña aparenta distancia, pero el suyo es un maltrato pegajoso. El desdén produce un vacío que se llena de desdén. Hay una forma pasiva del desdén que es el ignorar. Pero la ignorancia también puede ser hiperactiva y adquirir la forma agresiva de la hostilidad. Hay una ignorancia muy militante en España. Incansable, berroqueña, batipelágica. La subida del IVA cultural, del 8% al 21%, fue lo que en boxeo llaman un uppercat o “golpe de puñalada”. Ni siquiera es defendible como depredación fiscal. Lo que ha sufrido la cultura ha sido similar a una violencia catastral. La maquinaria pesada del ministro Montoro ha dañado seriamente un ecosistema muy frágil, una biodiversidad que se sostiene en gran parte con la hemoglobina de gente entregadísima que transporta el oxígeno. Esa psicogeografía ha quedado lisiada y se ha producido un nuevo y joven exilio cultural. El desdén viene de lejos, pero no hace falta remontarse siglos para detectar esa propensión al “golpe de puñalada”. Enrique Suñer, autor de Los intelectuales y la tragedia española (Burgos, 1937), primer presidente del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas, señaló como principales causantes de la guerra no a los golpistas sino a las universidades, al Instituto Libre de la Enseñanza, a la Residencia de Estudiantes... ¡Y al Ateneo! Sé que invocar la memoria histórica intranquiliza algunas neuronas oxidadas, pero es imprescindible para acabar con la enfermedad del desdén cultural. Y con la peligrosa tradición del uppercat.
fuentes http://elpais.com/elpais/2015/03/20/opinion/1426858459_956137.html
  • Enviar a LinkedIn1

Divergencias y desigualdades

Edward Gibbon, uno de los primeros historiadores en preguntarse por el auge y caída de los imperios, nos advirtió a todos: la historia, escribió, es poca cosa más que el registro de los crímenes, locuras y desgracias de la humanidad. En la segunda mitad del siglo XVIII y durante todo el XIX, Angloamérica y Europa continental se distanciaron tecnológica y económicamente del resto del mundo y lo sojuzgaron. Esta fue “La gran divergencia”, sobre cuyas causas un debate antiguo divide a los historiadores en dos campos. Para unos, que arrancan de Max Weber, las ideas y las instituciones cuentan y las causas de la divergencia habrían sido culturales: la reforma protestante, la invención de la libertad y de la propiedad, la del Estado centralizado y administrado neutralmente por funcionarios meritorios y probos, la del imperio de la ley en lugar del gobierno de los hombres. Para otros, en cambio, la rapacidad colonial de los europeos desde el descubrimiento de América habría cimentado su hegemonía posterior. La verdad andará por algún punto intermedio. La primera tesis ignora que las colonias fueron un gran negocio, pero la segunda no explica por qué los europeos prevalecieron en primer lugar, ni por qué Japón, ya en la segunda mitad del siglo XIX, supo atrapar a Europa en dos generaciones. Y lo propio están haciendo ahora China o India o, ya, hasta Indonesia, una cultura musulmana, por cierto.
En los últimos 30 años se ha producido, llámenlo como quieran, una segunda gran divergencia, una segunda globalización, una segunda edad de las máquinas (Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, The Second Machine Age): la aplicación masiva de las tecnologías digitales ha abaratado sucesivamente los costes de la información, de las cosas y de los servicios. También ha abierto una segunda brecha de desigualdades en el seno de las sociedades desarrolladas, y no, como hace 200 años, entre la metrópoli y sus colonias. Esta nueva divergencia desbarata los circuitos tradicionales de distribución y elimina casi todos los trabajos rutinarios. Disloca el tejido social y desiguala a la mayor parte de la gente, distanciándola de un 10% de profesionales y de un uno por 10.000 de privilegiados fabulosamente ricos. ¿Qué hacer?
Legalmente, la tentación de prohibir innovaciones o de asfixiarlas con regulaciones restrictivas es suicida. En principio, toda innovación útil que no mate o hiera a seres vivos y que no destruya o dañe a cosas inanimadas ha de ser permitida. Pero en Europa predomina hoy el criterio distinto de que nada puede ser alegal, es decir, ni regulado ni prohibido. No es así: en la cultura civil, la más vieja del mundo, la regla de defecto es permisiva con tal que no haya daños físicos o materiales a terceros. En particular, la objeción consistente en que hay que prohibir toda innovación que cause daños exclusivamente económicos, esto es, que amenace con amortizar mi empleo, reducir mis rentas o disipar mis ganancias, ha de ser evaluada con el recelo propio de quien se enfrenta con intereses creados y el statu quo, con la prohibición de inventar y de poner en práctica la innovación.
La brecha es profunda y da miedo, pero en lugar de alzar vallas en torno a ella, hay que educar, flexibilizar y gravar.

Habrá que gravar con impuestos
a los innovadores y a los ganadores de cada innovación
Primero habrá que invertir en la educación de los niños y en reciclar a las personas que sufren las disrupciones de la innovación. Segundo o, mejor dicho, al mismo tiempo, urge flexibilizarlo casi todo: pongo un ejemplo que me afecta: la permanencia vitalicia —hasta los 70 años— en mi plaza de funcionario, haga lo que haga, no tiene sentido. Y en la universidad pública española habría que desvincular su financiación del número de estudiantes, deberíamos permitir que estos eligieran su currículum mucho más que en la actualidad, quebrantando así la rigidez de unos planes de estudio sesgados en favor de aquello que los profesores estamos acostumbrados a contar en clase.
De entre quienes han escrito sobre los Estados que tienen éxito, siempre han llamado mi atención quienes ponen el acento en que en sus ejércitos, núcleo duro y originario de su poder, no suele haber generales vitalicios —a veces se olvida que el principio de mérito y capacidad debe bastante a su origen militar—. Y en los mercados, habría que deshacer la madeja de regulaciones que enredan la constitución o buena marcha de las empresas, sobre todo cuando empiezan a crecer.
En tercer lugar, todo esto habrá que pagarlo, es decir, habrá que gravar con impuestos a los innovadores y a los ganadores de cada innovación: el dueño de una casa bien situada en una de las 100 mejores ciudades del mundo puede ganar mucho gracias a Airbnb, pero el impuesto inmobiliario habrá de subir. En general, a todo aquel a quien el nuevo entorno digital ha multiplicado sus ganancias, las estrellas globales, probablemente habrían de pagar más. A cambio, el impuesto de la renta debería ser negativo para los desposeídos por la innovación. Pero únicamente deberían cobrar una renta de ciudadanía quienes, por edad o invalidez, no pueden ser educados para trabajar del lado innovador de la brecha. Desengáñense: divergencias las habrá siempre. Pero las desigualdades pueden reducirse.
Pablo Salvador Coderch es catedrático de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra
fuentes http://elpais.com/elpais/2015/03/02/opinion/1425322872_485725.html
  • Enviar a LinkedIn3

Registro vocal de timadores

font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: En el mundo digital suplantar la identidad de otra persona es algo relativamente frecuente, sobre todo en las redes sociales. Usurpador puede ser todo aquel que crea un perfil ajeno e interactúa con otros usuarios haciéndose pasar por quien no es, independientemente de que lo haga para enviar mensajes inofensivos o para cometer fraudes, extorsionar o ejercer ciberacoso. font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: 15px; line-height: El mundo digital tiene también sus contrapartidas: todos los usuarios, incluso los más avispados, dejan un rastro durante sus conexiones en la Red o sus llamadas telefónicas que puede ser seguido por los sabuesos funcionarios de las brigadas de delitos telemáticos. La tecnología permite seguir incluso las huellas vocales, a no ser que el delincuente en cuestión posea el arte de modificar su voz de manera que parezca venir de lejos o que imite las de otras personas (lo que viene a ser un ventrílocuo). font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: De la misma manera que la policía tiene fichados a los malhechores, existen también listas negras de voces asociadas a estafadores profesionales que usan el teléfono como herramienta de trabajo. Para establecer el registro de timadores se emplean técnicas relacionadas con la biométrica vocal, una ciencia que parece haber encontrado un verdadero filón. El mecanismo de funcionamiento es sencillo: las empresas —entidades financieras, seguros, eléctricas— suelen grabar las comunicaciones de sus clientes y los audios que corresponden a los timadores son custodiados en un archivo. Un sistema de reconocimiento de voz permite identificar en cuestión de segundos al estafador reincidente y rastreando esa huella telefónica se puede localizar ipso facto al autor. font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size:: A medida que la banca telefónica se extiende entre los clientes, este tipo de delitos se han multiplicado. De ahí que los bancos se hayan convertido en los principales clientes de las compañías que prestan servicios de biometría vocal. Esta tecnología parece irrefutable. El DNI, el PIN de una tarjeta de crédito o la contraseña de una cuenta se pueden robar, pero los parámetros biométricos (huella dactilar, vocal, iris) no se pueden enajenar. De momento. font-family: Georgia, 'Times New Roman', Times, serif; font-size: fuentes http://elpais.com/elpais/2015/03/20/opinion/1426873986_121301.html

Aguirre y su equipo

A medida que avanza la investigación judicial de la trama Púnica se agranda el círculo de los sospechosos entre las personas que han tenido mayor poder e influencia en la organización madrileña del Partido Popular, dirigida por Esperanza Aguirre. La mujer fuerte del PP de Madrid es una especialista en la estrategia de aguantar todo lo que haga falta y sostenerse contra viento y marea. Sin embargo, sus intentos de eclipsar la realidad de sus responsabilidades políticas se encuentran cada vez con más dificultades.
El último episodio es el propósito de la Guardia Civil de interrogar a Isabel Gallego, actual directora de comunicación de la campaña electoral de la candidata Aguirre al Ayuntamiento de la capital, en cuyas oficinas ya fueron requisados diversos documentos hace casi dos meses. La negativa de Gallego a responder al instituto armado ha permitido saber que está imputada por el juez Eloy Velasco, de la Audiencia Nacional. Se la investiga por facilitar contratos con dinero público a una empresa relacionada con la red Púnica, con el objetivo de mejorar la reputación e imagen de altos cargos de la Comunidad de Madrid (entre ellos su número dos, Salvador Victoria, y el todavía presidente de la institución, Ignacio González).
Es de sobra sabido que, en este estadio, la imputación no supone un acta de acusación, sino que la persona requerida por el juez debe acudir a su presencia asistida de abogado por indicios de relación con la causa investigada. Además, el secreto del sumario que pesa sobre el núcleo central de la Operación Púnica hace imposible calibrar todo lo que está en juego por un asunto que llevó a la detención de 35 personas el 27 de octubre pasado, entre ellas el exconsejero y ex secretario general del PP madrileño, Francisco Granados —que sigue en prisión—, y varios alcaldes de ciudades madrileñas, la mayoría del PP.
Sin embargo, del número de implicados se deduce que la Operación Púnica, que sucede a la macroinvestigación de la trama Gürtel, deja claro que nada ni nadie frenó la corrupción o la utilización dudosa de dinero público —según los casos— por parte de personas de relevancia vinculadas durante mucho tiempo al PP de Madrid.
Es evidente que la candidatura de Esperanza Aguirre a la alcaldía madrileña, además de su insistencia en controlar la lista de las personas que le acompañen y la organización de la campaña, no viene avalada por las mejores credenciales. No puede considerarse banal ser la jefa política de numerosas personas que están siendo investigadas judicialmente. Es imposible torcer de tal modo las cosas que las elecciones puedan servir como lavadero de graves errores cometidos en el pasado —como mínimo, en la selección de personal— y seguir adelante, como si tal cosa, con una longeva carrera en la vida pública.
fuenteshttp://elpais.com/elpais/2015/03/20/opinion/1426884266_397097.html

Sondeos y augures

Primer dato a considerar: a finales de la semana pasada, el Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat hizo público su último barómetro, elaborado a lo largo de febrero; según este sondeo, los partidarios de la independencia de Cataluña suman un 44,1% de, mientras que los contrarios totalizan un 48% . Además, y de acuerdo con la misma fuente, la intención de voto de los encuestados de cara al 27-S dejaría CiU y ERC casi fifty-fifty, con un global de 61 a 63 escaños, claramente por debajo de la mayoría absoluta.
Sin embargo, y sorprendentemente -al menos, para los que hace dos años y medio que describen Cataluña como una Corea del Norte mediterránea-, el director del CEO, el profesor Jordi Argelaguet, no ha sido ni fusilado, ni enviado a un campo de reeducación, ni siquiera destituido, como sí le pasó en septiembre de 2010 en la entonces directora del CIS español, Belén Barreiro Pérez-Pardo, por indócil los intereses demoscópicos del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Algo vamos ganando.
En todo caso, y además de la aparente reflujo de la marea independentista, lo que ha llamado más la atención en este barómetro -y más ha excitado las glándulas salivales de algunos comentaristas, por qué no decirlo- es la confirmación de la tendencia a la baja de CiU, que en relación con los resultados del 2012 perdería más de 11 puntos porcentuales y 18 o 19 escaños. Ahora bien, hay que sorprenderse de esto?
Desde el otoño de 2012 -con movimientos previos durante el bienio anterior-, Convergencia ha hecho un viraje doctrinal y programático muy difícil de imaginar en un partido de orden. Un viraje que ha puesto Mas y CDC en rumbo de colisión con el statu quo político y económico, que les ha valido desde querellas judiciales hasta los sonoros anatemas de guardianes tan conspicuos del orden establecido como el presidente de Fomento , Joaquim Gay de Montellà, o el del Círculo Ecuestre, Borja García-Nieto. Y también la deserción de una parte de su antiguo electorado, la que votaba CiU por pragmatismo, como un mal menor, sin ninguna o con muy poco entusiasmo catalanista.
Además, la federación hace más de cuatro años que gestiona estrecheces presupuestarias, y esto -gobernar la penúria- ha cargado en Europa gobiernos de todos los colores políticos. O quizás la caída del PP de Rajoy desde el 44,6% de las elecciones de 2011 hasta el 18,6% de la última encuesta de Metroscopia también se debe a una "deriva independentista"? Agregue el cuadro las turbulencias crecientes con Duran Lleida y con el aparato duranista de Unión y, desde el verano pasado, los efectos deletéreos de un caso Pujolpresente de manera casi cotidiana en los medios. Que, en estas condiciones, la marca CiU sea capaz de disputar el primer lugar tanto en las elecciones catalanas como en las generales constituye un verdadero prodigio.
Por otra parte, la arriesgada apuesta de CDC nos remite a una cuestión mucho más amplia: por qué han de servir a los partidos?Sólo para salvaguardar sus propios intereses y defender la cuota de poder alcanzada, sin afrontar ningún cambio que pueda poner unos y otros en peligro? O para atender y liderar las nuevas demandas de militantes, electores y ciudadanos, incluso a costa de equivocarse? La dirección convergente ha elegido la segunda opción, y corre peligro de naufragar. Otras siglas ayer poderosas han elegido la primera, y ya están hundidas.
Pero sí; según el último barómetro del CEO, los diputados de CiU y Esquerra no sumarían, tras el 27-S, una mayoría de Gobierno. Y aunque la adición de los 10-11 escaños atribuidos a la CUP daría con creces esa mayoría, esta hipótesis ha sido inmediatamente calificada de imposible y absurda por quienes tachan los cupaires de "antisistema" (ya quisieran todos los defensores del sistema tener la formalidad y el rigor que ha mostrado David Fernández -no en las camisetas, en el comportamiento- al frente de la comisión Pujol).
Sin embargo, admitámoslo: no habría una mayoría independentista CiU + ERC. Significa esto que el sondeo dibuja una alternativa con proyecto político viable? Una mayoría de unionistas más mediopensionistas trenzada con Ciudadanos, Podemos, PP y PSC?Aparte de moverse en un intervalo de 56 a 60 escaños, del todo insuficiente, alguien se imagina el PPC reconociendo la prelación de Albert Rivera o de Gemma Ubasart para formar un Gobierno antisoberanista? O el PSC ("si tú no vas, ellos vuelven") alineándose junto a los de Sánchez-Camacho para entronizar el partido naranja, o el partido violeta? Eso, por no hablar de la CUP o Iniciativa, sin alguna de las cuales -según el escenario del CEO- no llegaría de ninguna manera a los 68 diputados. El "partido de los okupas" con el PP? Iniciativa del brazo de la derecha y el centro-estatales?
Ciertos augures deberían contener la secreción de jugos gástricos hasta el 28-S. Entonces, ya se verá.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
fuenteshttp://cat.elpais.com/cat/2015/03/19/opinion/1426793646_827080.html
  • Enviar a LinkedIn3
  • Enviar a Google +0