domingo, 21 de julio de 2013

Crear conocimiento y tecnología

Hoy ha venido a verme un físico de partículas, que se ha presentado como “un hijo del CSIC”. Quería detalles del mayo de 1980 en que su padre agarró un saco de dormir y se quedó a pernoctar en su centro de trabajo durante un par de semanas con el resto de sus compañeros. Ha sido emocionante y triste contarle que en esos días la Estación Experimental del Zaidín y el Instituto de Astrofísica de Andalucía decidimos encerrarnos tras explicar el porqué en los medios con un documento que llamamos La caótica.
Se iniciaba con un “ante la situación caótica que viene arrastrando el CSIC en los últimos años”... y denunciaba ausencia de una política científica, gravísimos problemas presupuestarios y crecimiento prácticamente nulo.
Yo era entonces una joven becaria combativa y entusiasmada por la ciencia que, tras terminar su tesis, hizo una estancia posdoctoral en Alemania y formó luego un pequeño grupo de investigación. Esto significa un esfuerzo constante por conseguir fondos para investigar, contratos para los miembros del equipo, colaboraciones internacionales, navegar entre la burocracia y ser una especie de mujer orquesta realizando también otras tareas con menos glamour. No soy una excepción; cambiando algunos datos, esta podría ser la trayectoria de una gran mayoría de esforzados investigadores del CSIC.
Repasando hoy con el joven físico los titulares que este periódico dedicó a la crisis del CSIC en los ochenta y lo que nos dedica actualmente me han parecido intercambiables. Desalentador. Pero mientras alguien escribe La caótica del nuevo milenio, los del CSIC seguiremos luchando por crear conocimiento y tecnología.— Matilde Barón Ayala.

Limitación informativa

El editorial de ese diario titulado Recorte de libertades (jueves 18 de julio) repasa los malos hábitos de la política informativa del Gobierno, que tiende a ofrecer material gráfico, notas prefabricadas por los gabinetes oficiales de comunicación, en lugar de espacio para el trabajo normal de los periodistas y reporteros gráficos.
Existe una limitación creciente a la presencia libre de los medios en actos públicos. Lo peor es que una parte de nuestra clase política cree que eso es “normal”. No lo es tampoco que la junta electoral imponga minutados de tiempo predeterminados de la información electoral, a los que los medios públicos tienen que someterse.
Recuerda el editorial cómo los partidos políticos mayoritarios tienden a imponer la entrega de imágenes empaquetadas y declaraciones editadas por ellos mismos. Abundan los intentos de imponer supuestas conferencias de prensa en las que las preguntas claves no existen; a veces, ni siquiera la posibilidad de preguntar. El periodista de turno, como mucho, se ve ante una pantalla en un lugar diferente, para seguir un acto que debería ser presencial y transparente. Se trata de una repetición malsana de maneras hostiles al ejercicio libre del periodismo.
En este sentido, no faltaban ya varias citas negativas hacia España contenidas en el informe de hace un año (junio de 2012) del Consejo de Europa, que firmaban los relatores Mats Johansson y William Horsley.
Al multiplicar esas malas prácticas, el Gobierno debería saber que en lugar de lograr silenciar sus aristas negativas ante la opinión pública, lo que consiguen es ampliar su eco internacional y europeo.— PacoAudije. Comité Director de la Federación Europea de Periodistas, grupo europeo de la FIP.

No todo lo que es legal es ético

Las reacciones que se están produciendo a raíz de descubrirse que el presidente del Tribunal Constitucional no dijo la verdad cuando pasó por el Senado al ser nombrado para su cargo son un buen ejemplo de la confusión en que anda nuestra sociedad al no distinguir lo legal con lo ético, y dar a entender que todo lo que no está prohibido por las leyes está permitido o es correcto, llevando así el debate a lo “estrictamente jurídico o técnico”, no apto para los no entendidos en leyes.
Habría que recordar que ley y ética se mueven en distintos planos: lo legal nos dice “lo que está permitido, o regulado por las leyes” y lo ético “lo que se debe hacer, o lo que es correcto hacer”. La pregunta en este caso no es si hay alguna ley que prohíba al presidente del TC militar en un partido político, sino si es ético que una persona que milita en un partido participe en un órgano que debe decidir sobre cuestiones fundamentales planteadas por ese mismo partido. ¿Hay algún conflicto ético? Que sus compañeros del TC se apresuren a dar por respuesta que no es ilegal lo que ha hecho su presidente es sintomático de dos cosas: primero, de dónde está situado el debate a nivel social y de cómo personas tan señaladas caen en el error que señalamos de confundir legal y ético; y segundo, de un comportamiento gremial-corporativista.
Es muy sintomático que esté siendo la prensa quien está poniendo sobre la mesa este tipo de cuestiones relacionadas con comportamientos nada ejemplares de los miembros más destacados de nuestra sociedad y seguramente si los ciudadanos rechazásemos de una manera mucho más activa esas actitudes y aislásemos a sus autores, conseguiríamos que estuviesen menos atascados nuestros juzgados y tribunales por asuntos que básicamente tienen que ver con la decencia y la salud democrática antes que con la ley.— Máximo Alaez Fernández.

Alternativas para un nuevo modelo energético

El 2 de julio terminó el plazo dado por la Comisión Europea para enviar comentarios a su documento de análisis y preguntas sobre cómo diseñar las políticas de energía y clima en Europa de modo que permitan cumplir la senda de descarbonización fijada por los líderes europeos para 2050.
Se trata de trazar la línea que nos permita transitar entre 2020 y 2030 de la forma más inteligente y eficaz, promoviendo competitividad e innovación, eficiencia en el uso de recursos y equidad en el reparto de tareas. Es, además, un asunto capital desde el punto de vista de seguridad de suministro energético y de contribución al perfil político de un actor, Europa, que todavía aspira a mantenerse como referente global.
Lograr reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero entre el 85% y el 90% en 2050 supone contar con un sector eléctrico libre de CO2, generar cambios en nuestros sistemas de transporte y apurar al máximo los esfuerzos en ahorro y eficiencia energética.
Somos muchos los convencidos de que para alcanzar estos objetivos resulta imprescindible establecer para 2030 un compromiso de reducción unilateral de gases de efecto invernadero del 45%, un objetivo de energía renovable del 30% y un incremento notable —y obligatorio— de las actuales exigencias en materia de ahorro y eficiencia. Es mucho más fácil si, además, revisamos la senda a 2020 para adecuarla a la realidad actual, generando confianza y estabilidad para los inversores y los tecnólogos con respecto a la apuesta de Europa y orientando la recuperación económica de la UE hacia la transformación que se necesita.
Es necesario reducir emisiones y apurar al máximo los esfuerzos en ahorro y eficiencia
En ese contexto, la generación distribuida y el máximo aprovechamiento del potencial fotovoltaico en países con alta radiación solar son algunas de las opciones más atractivas, especialmente tras la significativa reducción de costes asociada al despegue de la tecnología y la mejora de la capacidad de gestión de las redes. Sin embargo, se están viendo perjudicadas por un contexto hostil fruto de determinados errores —propios de un aprendizaje reciente— y, sobre todo, de muchos prejuicios e intereses en contra. No es de extrañar, por tanto, que surjan colectivos que reclamen la “insumisión energética” o la “desobediencia solar”. Su aparición sí es, sin embargo, un asunto preocupante. Ningún responsable de políticas energéticas o ambientales, ningún regulador u operador del sistema eléctrico debería atrincherarse frente a la preocupación legítima de quienes abanderan el autoconsumo y el balance neto como aportaciones interesantes al difícil sudoku que tenemos delante: cómo conseguir un sistema moderno y confiable, de costes bajos y predecibles, libre de CO2.
El balance neto es un mecanismo que permite intercambiar con el sistema eléctrico los excedentes de energía del autoconsumo instantáneo. En el caso fotovoltaico, los kWh de más que se pueden producir durante el día se compensarían con kWh suministrados por la red durante la noche. Con ello se abriría el mercado para aquellos consumidores, como los hogares, que concentran su consumo cuando los paneles solares no producen. En el autoconsumo instantáneo no tiene sentido el cobro de peajes por el uso del sistema eléctrico, igual que no tiene sentido cobrarlos por sustituir una bombilla incandescente por otra de bajo consumo o por encender una chimenea. En cambio, con el balance neto la situación es diferente, porque hay interactuación con el sistema.
Por eso, es muy razonable proponer que el balance neto abone todos los peajes que proceda, pero solo los que proceda, es decir, que se pague por el uso efectivo que se hace del sistema al intercambiar los excedentes. En otras regulaciones, como la californiana, la italiana o la danesa, se exime al balance neto del pago de peajes —y en otras, como la brasileña, se aplican grandes descuentos—, atendiendo a sus grandes ventajas de generación distribuida y renovable. Son opciones que no requieren subvención alguna sino un marco regulador estable y acertado, equitativo en la atribución de los costes del sistema.
Son alternativas concretas para transitar hacia un nuevo modelo energético en el que los operadores ya no serán unos pocos sino muchos y muy distintos. Será, por ello, imprescindible disponer de un excelente gestor de la red, capaz de hacer el seguimiento real de lo que hay, lo que entra y lo que sale, cuándo y cómo lo hace y de qué manera tiene un efecto más beneficioso para el conjunto del sistema. Condenar a la “alegalidad” y el ostracismo o, lo que es peor, a la ilegalidad y la desobediencia alternativas que son ya hoy una realidad no parece ser la respuesta más acertada.
Teresa Ribera fue secretaria de Estado de Cambio Climático entre 2008 y 2011.

Hacer de la virtud, necesidad

Empecemos acogiéndonos a la autoridad de los clásicos: Marx afirmaba, como muchos recordarán, que el estallido de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción acabaría significando el final del capitalismo. Hoy son cada vez más los que, viendo la deriva que está tomando la crisis y, sobre todo, el hecho de que la economía está colonizando absolutamente todos los ámbitos de la realidad —con la política como una de las primeras piezas cobradas—, plantean si la contradicción que está a punto de estallar es la contradicción que enfrenta a capitalismo y democracia.
Pero los hay también que, a la manera de Richard Sennett en su libroJuntos, sostienen que el desarrollo de nuestras sociedades habría dado lugar a un específico efecto perverso, según el cual determinadas transformaciones tanto culturales (el rampante individualismo, que si en época de vacas gordas legitimaba la puñalada para trepar, en la presente situación de crisis justifica el más descarnado sálvese quien pueda), como sociales (la desigualdad, que debilita directamente la cooperación) o tecnológicas (no solo porque en general las actuales tecnologías propicien el aislamiento, sino también porque el imperio de la robótica se propone sustituir el costoso trabajo humano tanto en el suministro de servicios como en la producción de cosas) habrían ido incapacitando a los individuos para la cooperación. Por decirlo con las propias palabras de Sennett, “estamos perdiendo las habilidades de cooperación necesarias para el funcionamiento de una sociedad compleja”. Todo ello, en último término, habría terminado por convertir a nuestras sociedades en crecientemente ineficientes.
Me interesa dejar claro cuanto antes que no pretendo sumarme al coro de los que de un tiempo a esta parte parecen querer dibujar una crítica al capitalismo actual desde la añoranza de unos hipotéticos buenos tiempos perdidos, en los que una cierta bonanza económica parecía ir de la mano con el control gubernamental sobre los flujos especulativos hoy por completo desregulados y, sobre todo, con la construcción de un Estado de bienestar que materializaba un cierto ideal redistributivo, todo ello sobre el fondo de una fluida cooperación social. Se estarían añorando, en definitiva, unos buenos tiempos en los que el capital productivo todavía no había perdido la batalla ante el financiero. Tal parece ser, a grandes trazos, el relato que hoy muchos tienden a elaborar —pensando sobre todo en los 30 años gloriosos que siguieron a la II Guerra Mundial— de la prehistoria de nuestro desastre actual, relato en el que el mayor (por no decir el único) reproche que se le haría al capitalismo, incluso desde la misma izquierda en muchas ocasiones, sería el de no haber sabido mantener su condición de fundamentalmente productivo.
Los cambios están empobreciendo a la sociedad en muy distintos planos
Pues bien, hay que decir —aunque eso nos aleje por un instante del eje de nuestro discurso— que tiene mucho de paradójico —por no decir, directamente, sarcástico— escuchar tales añoranzas en boca de algunos viejos sesentayochistas, de los que, de creer su propio testimonio, se alzaron precisamente, henchidos de rebeldía, contra ese modelo precedente que ahora —parece que sin darse cuenta— tanto echan a faltar. Reconozco que, aunque yo mismo había evocado en ocasiones en el pasado el poema, de verso único, del poeta mexicano José Emilio Pacheco Viejos amigos se reúnen, nunca como ahora había tenido una sensación tan viva de estar asistiendo a su estricto cumplimiento: “Somos exactamente todo aquello contra lo que luchamos cuando teníamos veinte años”.
Puntualizado todo lo anterior, podemos regresar al hilo de la argumentación. ¿Por qué habríamos de criticar las disfunciones del capitalismo? Si las criticáramos únicamente por razones de eficiencia económica estaríamos asumiendo como un argumento a nuestro favor algo que, por el contrario, podría debilitar peligrosamente nuestra propia posición. Porque nos dejaría a la merced de que alguien pudiera contra-argumentar que en nuestras sociedades actuales también se dan formas avanzadas de cooperación en ámbitos de actividad económica muy relevantes (me viene a la cabeza el caso, en nuestro país, de las operadoras de telefonía que utilizan, para la telefonía fija, el cableado preexistente, propiedad de Telefónica, o la forma en que las compañías aéreas acuerdan juntar a sus respectivos pasajeros en un mismo avión para abaratar costes). ¿O es que si el capitalismo diera pruebas de su capacidad para corregir su presunta ineficiencia cooperativa nos quedaríamos sin argumentos para criticarlo?
En realidad, los motivos trascendentales para criticar la ineficiencia capitalista solo pueden encontrarse fuera de ella misma. O, desplazando el planteamiento, lo que debería preocuparnos no es tanto la ineficiencia económica como, si se me permite la expresión, la ineficiencia moral,esto es, el hecho de que las transformaciones antes apuntadas nos están empobreciendo en muy diversos planos (desde el de la riqueza material propiamente dicha hasta el de nuestras capacidades: somos cada vez más pobres y cada vez más incompetentes).
El darwinismo social, al que ya me referí en un artículo anterior (Cuandotodo es campo de batalla, EL PAÍS, 9 de junio de 2013), ha terminado por convertirse en hegemónico por completo en nuestra sociedad actual. Importa subrayar que dicho darwinismo resulta abiertamente contradictorio con el anhelo de felicidad que todos poseemos, en tanto en cuanto dicho darwinismo considera que la felicidad es solo para una parte, para aquellos que se alzan por encima de los demás en función de su mayor fortaleza y son capaces de quedarse con las riendas del destino colectivo. Y es que cuando se insta a los individuos a que piensen que la felicidad se identifica con ser un ganador, con alcanzar el número uno (lugar que, por definición, uno solo puede alcanzar), se está dando por descontado que la derrota de los demás (y, en la misma medida, el amargo fracaso de la mayoría, condenada por estos satisfechos triunfadores a la condición de mera suma de gregarios resentidos) constituye la condición de posibilidad de la felicidad individual.
Hay que terminar con todo esto no es solo necesario, sino  urgente
Pues bien, tal vez la hipótesis que se podría plantear sería, más allá de la incompatibilidad entre capitalismo y democracia, o de la ineficiencia cooperativa de este modo de producción (y que parece altamente improbable que vaya a generar su propio colapso), la de la incompatibilidad entre capitalismo y vida buena.La idea por abordar quedaría entonces reformulada planteando la contradicción entre esta forma de organización de la vida (en las esferas económica, política y social) y el anhelo de felicidad que no solo ha sido, con diferentes matices, una constante en nuestra cultura, sino que se ha consolidado como una de las instancias más importantes de nuestro imaginario colectivo actual. Es, por tanto, la sociedad misma la que hoy parece estar en riesgo. Porque ¿acaso tiene sentido seguir hablando de sociedad para referirse a un grupo humano en el que una mayoría creciente de sus miembros se siente profundamente desgraciada?
No se trata, en consecuencia, de hacer de la necesidad virtud y confiar en que la deriva enloquecida del único modo de producción realmente existente en la actualidad termine por cortocircuitarlo. Se trata, justo a la inversa, de hacer de la virtud, necesidad, y considerar que la deriva actual del capitalismo está poniendo en peligro la sociedad misma y, con ella, la posibilidad de que los individuos alcancen una forma de vida que cumpla unos estándares mínimos de dignidad y de justicia.
Si se prefiere formularlo en positivo: aspirar a que determinados valores conformen nuestra vida en común ha dejado de ser una brumosa y bienintencionada aspiración ética, que acreditaría la virtuosa naturaleza de quien la propusiera. Acabar con lo que ahora hay está a punto de convertirse (se ha convertido ya, de hecho, para muchos) en una cuestión de supervivencia. De ahí el título del presente papel: terminar con esto antes de que esto termine con todo, ya no es algo únicamente deseable, sino directamente necesario, rigurosamente urgente.
Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y autor del libro Filósofo de guardia (RBA).

No queremos una 'Europa alemana'

¿Cuál es la situación actual en Europa? Han pasado tres años desde que se iniciase el primer programa de ayudas a Grecia y cerca de tres meses desde que se aprobase el de Chipre. Y el panorama es heterogéneo. Por un lado, el positivo, los países en crisis de la eurozona muestran signos alentadores. Se están llevando a cabo reformas en los mercados laborales y en los regímenes de seguridad social, así como modernizando las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, lo cual ya está dando resultado: la competitividad está aumentando, los desequilibrios económicos se están reduciendo y se está recuperando la confianza de los inversores.
Las mejoras institucionales realizadas en Europa han incrementado nuestra probabilidad de economizar considerablemente en el futuro. Ahora disponemos de normativas más vinculantes, frenos a la deuda nacional y un potente mecanismo de resolución de crisis que permite ganar tiempo para hacer reformas. Lo siguiente será crear una unión bancaria que reduzca aún más los riesgos tanto para el sector financiero como para los contribuyentes. El objetivo de nuestra regulación del mercado financiero es que la responsabilidad por las pérdidas recaiga en aquellos que previamente han tomado las arriesgadas decisiones de inversión. De este modo, oportunidad y riesgo volverán a ir de la mano.
Sin embargo, hay otro lado, el lado negativo: una gran incertidumbre entre nuestra población, una juventud que en algunas regiones de Europa ve actualmente pocas oportunidades y personas que pierden su trabajo porque la economía de su país se encuentra en época de transición. Todo ello, acompañado de un debate sobre la crisis a menudo caracterizado, lamentablemente, por las recriminaciones recíprocas y la arrogancia mutua y en el que los estereotipos y prejuicios nacionales que se creían superados hace tiempo vuelven a mostrar su peor cara.
A esto se suman las contradicciones a la hora de valorar la política real: por ejemplo, desde el exterior se solicita a Alemania que relaje su política de austeridad supuestamente draconiana; no obstante, en la propia Alemania se acusa al Gobierno de no ahorrar o de ahorrar demasiado poco. La verdad se encuentra en el centro por una buena razón: nos afianzamos de forma adecuada, nos ganamos la confianza y con ello preparamos el terreno para un crecimiento sostenido en Alemania y en Europa.
Las reformas que se están acometiendo no surten efecto de la noche a la mañana
La idea de que alguien debe (o puede) liderar en Europa es errónea. Y la reticencia alemana no tiene solo que ver con la culpabilidad histórica que arrastra su pueblo. Se debe a que la extraordinaria entidad política llamada Europa no está concebida para que uno lidere y los demás le sigan. Europa significa la coexistencia en igualdad de derechos de sus Estados. Pero, al mismo tiempo, Alemania siente que tiene una responsabilidad especial con respecto al camino tomado de mutuo acuerdo para resolver la crisis de la zona euro. Asumimos esta responsabilidad de liderazgo con la colaboración, especialmente, de nuestros amigos franceses. Al igual que el resto de grandes y pequeños países de la eurozona, somos conscientes de lo importante que es una estrecha colaboración para resolver la crisis.
Desde el comienzo de esta, los europeos hemos trazado juntos un camino que no solo tiene como objetivo la consolidación fiscal tardía, sino, ante todo, la superación de los desequilibrios económicos mediante el fortalecimiento de la competitividad de todos los países miembros de la eurozona. Es por ello que los programas de ajuste para los países afectados prevén reformas estructurales básicas cuyo único objetivo es volver a la senda del crecimiento sostenido y, con ello, alcanzar un bienestar duradero para todos. Unas finanzas públicas sólidas fomentan la confianza, por lo que son algo totalmente necesario, aunque por sí solo insuficiente para lograr un crecimiento sostenido. A esto deben añadirse la reforma y modernización de nuestros mercados laborales y regímenes de seguridad social, así como de las Administraciones y los sistemas jurídicos y fiscales, con el fin de que Europa vuelva a ser una región altamente competitiva que crezca de forma equilibrada. Se trata de crear unas condiciones laborales y de vida para los ciudadanos europeos que no estén basadas en una burbuja de crecimiento artificial, como ha sucedido otras veces en el pasado, sino en un crecimiento sostenido.
Ahora bien, estas reformas no surten efecto de la noche a la mañana. Nadie lo sabe mejor que los alemanes. Ha sido necesario un tiempo doloroso para que Alemania pasase de ser el hombre enfermo que era hace 10 años al actual motor de crecimiento y anclaje de estabilidad de Europa. Nosotros mismos tuvimos una altísima tasa de desempleo durante mucho tiempo después de iniciar las por aquel entonces urgentes y necesarias reformas. Pero sin estas no puede haber crecimiento sostenido. Los programas de recuperación económica basados en la creación de nueva deuda pública solo aumentan la carga para nuestros hijos y nietos sin producir un efecto a largo plazo.
Para crear nuevos puestos de trabajo en Europa hacen falta empresas que ofrezcan productos innovadores, atractivos y, por ende, demandados por los mercados. Y las empresas europeas únicamente podrán ofrecer estos productos si el Estado les proporciona el marco necesario para tener éxito en un mundo cada vez más globalizado. Esto no solo es aplicable a las empresas alemanas, sino también a las francesas, británicas, polacas, italianas, españolas, portuguesas o griegas.
Berlín quiere ponerse al servicio de la recuperación económica de la Unión Europea
Por tanto, es absurdo pensar que los alemanes quieren desempeñar un papel especial en Europa. No, no queremos una Europa alemana. No exigimos a los demás que vivan como nosotros. Este reproche no tiene sentido, como tampoco lo tienen los estereotipos nacionales subyacentes. Los alemanes, ¿capitalistas tristes de ética protestante? En Alemania, las regiones económicas con éxito son católicas. Los italianos, ¿sólo dolce far niente? No solo las regiones industriales del norte de Italia se sentirían ofendidas. Todo el norte de Europa, ¿centrado en el mercado? Los Estados de bienestar del norte, caracterizados por la solidaridad y la redistribución, no encajan en esta caricatura. Los adeptos a los estereotipos deberían prestar atención a las encuestas según las cuales una clara mayoría de ciudadanos, no solo del norte, sino también del sur de Europa, abogan por reformas y por la reducción de la deuda y del gasto público para superar la crisis.
¿Una Europa alemana? Ni los propios alemanes tolerarían algo semejante. Los alemanes más bien queremos ponernos al servicio de la recuperación económica de la Comunidad Europea, sin que eso signifique debilitarnos nosotros mismos, pues eso no beneficiaría a nadie en Europa. Queremos una Europa fuerte y competitiva, una Europa en la que desarrollemos nuestra actividad económica de forma razonable y en la que no acumulemos más deuda. Se trata de establecer unas condiciones adecuadas para poder desarrollar nuestra actividad económica en el marco de la competencia mundial y hacer frente a la evolución demográfica que desafía a toda Europa. No sonideas alemanas, sino políticas necesarias para asegurar nuestro futuro. Existe consenso europeo en cuanto a las políticas de reforma y la consolidación para aumentar el crecimiento, porque estas se basan en decisiones unánimes de los Estados miembros.
La confianza de los inversores, las empresas y los consumidores, y con ello el crecimiento sostenido, solo pueden lograrse mediante una sólida política presupuestaria y unas buenas condiciones económicas. Todos los estudios internacionales así lo confirman, de igual modo que el BCE, la Comisión Europea, la OCDE y el FMI, encabezados, dicho sea de paso, por un italiano, un portugués, un mexicano y una francesa respectivamente.
Y los Gobiernos europeos también actúan siguiendo estas líneas. El modo en que los países europeos con problemas están reformando sus mercados laborales y regímenes de seguridad social, modernizando sus Administraciones y sistemas jurídicos y fiscales, y consolidando sus presupuestos merece nuestro máximo reconocimiento y todo nuestro respeto. Nuestra recompensa será convertirnos en una Europa fuerte y competitiva.
Wolfgang Schäuble es ministro de Finanzas de Alemania.

Las preguntas

De nuevo viene una vieja anécdota contada por Mario Benedetti a ayudar a entender algunas cuestiones de actualidad. Se la contó a él un poeta ecuatoriano, Jorge Enrique Adoum. Este vio el siguiente grafito en un edificio de la capital de su país. Decía: “Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.
Qué suculenta reflexión para nuestro tiempo, ahora que el silencio y las preguntas son cuestiones candentes en la vida cotidiana, y no solo en la vida política. El silencio es a veces una respuesta; mi madre decía que “con no sé no se escribe nada” cuando los acreedores iban a casa a que les firmara cualquier papel. “No sé firmar”. Y luego explicaba: “Con no sé no se escribe nada”. El editor Peter Mayer, que trabaja en un oficio donde la vida (del autor, pero también del que le publica) depende de que la respuesta sea positiva o negativa, decía: “No’ es también una respuesta”. Pero “hay que decirla rápido”.
En esto de Bárcenas y los papeles que tantas preguntas (sin respuestas, aún) han suscitado en la vida española (y en la prensa extranjera, por cierto) ha habido un error de base, a mi modesto entender, en el que no estuvo sola la clase política supuestamente perjudicada, sino alguna prensa susceptible de creer siempre lo que publican ellos y de sospechar y de alentar sospechas sobre lo que publican otros. Como la memoria es de papel de fumar, se ha evaporado ya el ruido político (y las querellas) que hubo en contra de este periódico cuando publicó los ya entonces llamados aquí “papeles de Bárcenas”. Y el ruido mediático en contra de la autenticidad de esa documentación fue igualmente sensacional. Fotocopias, fotocopias, ¿quién cree en unas fotocopias? Ese fue el mantra político, fotocopiado inmediatamente por aquellos a los que se les caía la baba ante un patinazo de EL PAÍS.
Desde hace rato todo eso se ha verificado como cierto, pero la publicación en El Mundo de los manuscritos de los que se obtuvieron las fotocopias han ratificado aún más la razón por la que EL PAÍS acometió hace medio año la publicación de esos papeles. A lo largo de este tiempo se han hecho muchas preguntas y casi ninguna respuesta. La secuencia ha sido dramática, desde el punto de vista de la transparencia informativa; se ha enlodado el campo para que hubiera aún menos claridad y ya se ha llegado a un punto culminante. En este punto apareció el presidente del Gobierno ante un grupo de periodistas que habían acordado unas preguntas. El procedimiento se rompió, saltó otro periodista y se produjo una pregunta distinta de la acordada. Sin duda, esta pregunta estaba destinada a ayudar al presidente a salir del probable atolladero. Si le cambiaban la pregunta, como en la anécdota ecuatoriana, se sentiría sin respuesta. Y una mano amiga vino a auxiliarlo en ese trance.
En mi modesta opinión, esa mano amiga no le hizo el favor, pues lo habitual es que las preguntas cómplices compliquen aún más la existencia del que de ese modo se siente aliviado. Las preguntas claras y el chocolate espeso. Y más preguntas; preguntar conduce al respeto de explicar. Pero si preguntas para que el otro no se explique, el perjudicado no es el que oye, sino el que habla, porque lo que diga sonará a silencio. O a “no sé”, que es lo que decía mi madre cuando se veía muy apurada.

La quiniela del poder

Todos sabemos que el siglo XXI es cosa de dos. Todavía sabemos poco, en cambio, de cómo se sintetizarán en una fórmula feliz la disputa y la distribución del poder mundial actualmente en curso. Los grandes gurús de las relaciones internacionales llevan años intentando dar con ella, con éxito hasta ahora limitado y, sobre todo, sin que nadie consiga imponerse: Niall Ferguson inventó la Chimérica, síntesis de China y América y antecedente del G-2, reducción esta del G-20 y del G-8 a las dos potencias que de verdad cuentan. Ian Bremmer acuño la idea de G-Cero y Charles Kupchan la de un mundo de nadie, que Moisés Naím ha descrito como el del final del poder.
Aunque no hemos dado con el nombre de la cosa, es decir, la denominación de la disputa por las hegemonías tal como ya funcionan actualmente, sí sabemos que se parece a la Liga española de fútbol: juegan muchos equipos, siempre hay posibilidades abiertas, pero al final todo se reduce a la competición entre el Madrid y el Barça, que en el caso de la Liga del poder global son China y Estados Unidos.
Esta percepción ya aceptada y conocida por el gran público acaba de obtener un aval y a la vez una pormenorizada explicación gracias a una macroencuesta realizada por el prestigioso Pew Research Center en 39 países, que ha preguntado a una muestra global de 37.653 personas entre marzo y mayo de 2013, por cierto, justo antes del caso Snowden.
Estados Unidos bate a China en opiniones favorables por un 63% a favor del primero frente a un 50% del segundo. También son mayoría los que prefieren EE UU en vez de China como socio y que consideran que la primera potencia tiene más en cuenta que la segunda los intereses específicos de cada país. Y donde EE UU derrota ampliamente a China, por un 70% a un 36%, es en el respeto de las libertades individuales.
La macroencuesta también levanta un mapa preciso de las tensiones mundiales. China bate a Estados Unidos en Rusia y Grecia, países árabes e islámicos, incluidos los asiáticos y Nigeria, y eje bolivariano, pero Estados Unidos arrasa en Europa, Israel, Asia oriental, resto de Latinoamérica y África. Y Obama registra una buena valoración, a pesar de su caída de imagen y del pésimo concepto que suscita el uso de los drones para combatir el terrorismo.
Aunque EE UU va en cabeza de la liga global, la quiniela de la opinión mundial apuesta por una reversión no muy lejana en cabeza de la clasificación, de forma que será finalmente China quien se llevará la palma. El cambio de percepción empezó con la crisis de 2008, cuando un 47% de la opinión mundial creía que EE UU dirigía la economía mundial, seis puntos por encima del actual porcentaje, frente al 20% que entonces citaba a China como nuevo líder, 14 puntos por debajo de la actual valoración.

Si quieren, pueden

El presidente de la Generalitat catalana lo ha expresado mejor que nadie: si se demuestra que ha habido irregularidades en el llamado caso Palauque impliquen a Convergencia Democrática de Cataluña, él será el primero en actuar.
¿Actuar en qué sentido? —cabría preguntarse—. Porque si en los tribunales se demuestra que el saqueo de fondos públicos que se hizo a través del Palau benefició a su partido, Artur Mas ya no tendrá nada más que decir. Tendrá que quedarse en el burladero para contemplar el desfile de ladrones y saqueadores camino de la cárcel. Es decir, habrá actuado la justicia y no el partido. La justicia sin la colaboración activa de la organización política que preside el hombre de la frase de apariencia tan contundente.
Se puede leer de forma correcta la frase y entender, por el contrario, que Mas no está dispuesto a actuar, sino a acatar una sentencia. ¡Faltaría más!
Tiene mérito la frase porque resume el modus operandi de casi todos los partidos políticos y sindicatos de nuestro país. ¿Qué otra cosa es lo que está haciendo el Partido Popular en el caso Bárcenas sino establecer una defensa de trinchera a cada embestida de la realidad documentada que aparece publicada en la prensa desde hace ya muchos meses? O el Partido Socialista de Andalucía con el asunto de los ERE. Es el caso de algún sindicato y de Izquierda Unida en torno a la actuación de algunos de sus representantes en los consejos de administración de las cajas de ahorros.
Los casos de corrupción política levantados por las propias organizaciones donde militan los ladrones de fondos públicos se pueden contar con los dedos de la mano de un mutilado de guerra. ¿Ha caído algún corrupto por iniciativa interna de CDC, del PP, del PSOE, de IU o de CC OO? Si uno entra en las hemerotecas a buscar las excepciones, dan ganas de contratar a un becario de esos que pagan por trabajar para que se deje las pestañas en el asunto.
La generalización de esos comportamientos de cómplice silencio patriótico remite a las leyes de la mafia: la omertá, que no significa otra cosa que la hombría, los valores de la camaradería resumidos en mantener la boca cerrada para no traicionar al compañero. El problema es sistemático, o sea, sistémico. Pero no es inabordable como parece que nos quieren hacer creer los honrados militantes que no comparten el robo, pero sí el patriotismo interno.
Hace unos días, en un restaurante de Madrid, un abogado, viejo militante del PSOE y la UGT, Agapito Ramos, clamaba contra dos amigos suyos que siguen en la política. Les gritaba, desesperado porque parecían no escucharle: “¡Claro que podéis. Si queréis, la corrupción se acaba en diez minutos!”. No hace falta disolver las organizaciones que sustentan nuestro sistema democrático. Lo que hace falta es que los militantes de esas organizaciones metan en su complejo sistema de cromosomas uno alterado en el laboratorio que les convierta en ciudadanos por encima de su militancia. ¿Cabría mejor actuación que hacer llegar a las empresas dispuestas a corromper a políticos que esa acción sería inútil y contraproducente? ¿Eso es difícil de hacer? Pues no. Es tan sencillo como que desde los partidos y otras instituciones se actúe antes de que lo haga la justicia. Los casos de mangancia suelen ser secretos a voces. Y quien tiene la contabilidad de cada partido es su dirección.
Si Mas y Rajoy ignoran dónde están los huecos de legalidad en sus organizaciones, es que son cómplices de la basura, compañeros de viaje de los apandadores, consentidores del abuso y el latrocinio. A María Dolores de Cospedal ha sido la prensa la que le ha revelado que Bárcenas tenía un contrato laboral en el PP. ¿No lo sabía? Es un caso práctico de esos que le ponían a uno en el colegio para ejemplificar el dilema: o es usted una inútil, o es usted una golfa. En ambos casos, merece un cese fulminante, no en diferido.
¿Es cierto que en el PP nadie sabía que Federico Trillo, el autor de la mayor vergüenza, del mayor insulto contra las Fuerzas Armas, el caso Yak-42, pagó la defensa de los luego indultados responsables con fondos del partido?
Alfredo Pérez Rubalcaba afirmó que el PSOE había aprendido del pasado. Yo estoy dispuesto a creerle. Pero ¿tiene la fuerza para imponer esa actitud en todas las organizaciones de su partido?
Artur Mas debería rectificar su contundente frase. Debería actuar antes de que lo haga el juez. Antes.

La desmoralización

La respuesta pública del Tribunal Constitucional (TC) y de su presidente, Francisco Pérez de los Cobos, acerca de su militancia en el PP cuando ya era magistrado fue desmoralizadora. Es legal, dijeron, y punto. Pero no es de sentido común, y además hubo ocultación de la misma cuando tuvo que pasar la particular fórmula de hearing(audiencia previa) en el Senado. Esta es la segunda gran polémica en el nuevo TC, tras el nombramiento de Enrique López, sobre cuya idoneidad dudaron seis magistrados, siendo solo posible el desempate por el voto de Pascual Sala.
En estos casos se recuerdan las palabras de la antepenúltima presidenta del Constitucional, en el año 2010, de las que escribió Javier Pradera en un artículo en este periódico: “Si los actores de la vida pública fuesen mínimamente responsables de sus actos, la claridad, precisión, veracidad y dureza de las críticas expresadas por María Emilia Casas durante su despedida como presidenta del TC habrían causado una crisis de Estado”.
No estamos para más crisis de Estado, pero sí en una situación muy peculiar. Según Fernando Garea (EL PAÍS, 19 de julio), nunca antes en democracia un Gobierno había acumulado tantos militantes del partido que le sustenta al frente de instituciones del Estado (Defensor del Pueblo, Consejo de Estado, Comisión Nacional del Mercado de Valores), instituciones que, en su mayoría, tienen como objeto fundamental el control de los actos del Ejecutivo.
Ahora no estamos hablando de los incumplimientos del programa electoral del PP en su parte económica, forzados por la realidad, como dice Rajoy, sino de su contorsión en los aspectos relacionados con la calidad de la democracia. La cuestión es cómo se compadece lo del TC con la proclama del “fortalecimiento institucional y la regeneración política. Necesitamos instituciones fiables, previsibles, la vuelta al respeto de la ley y la seguridad jurídica” (Súmate al cambio. 100 propuestas).
O las fortísimas resistencias a la comparecencia del presidente de Gobierno para explicar el caso Bárcenas, con un punto en el programa que dice textualmente: “Revitalizaremos el Parlamento agilizando los procedimientos de debate y actividad de los diputados y senadores. Reconoceremos el derecho de la oposición a promover iniciativas sin la utilización arbitraria y el abuso del veto que se ha producido en los últimos años. Recuperaremos el sentido constitucional del decreto ley (...). Promoveremos, con sincera actitud de diálogo, todas las acciones y acuerdos políticos que favorezcan el entendimiento y la concordia entre todos los españoles en torno a los valores constitucionales”.
Si no fuera tan fuerte, la confrontación entre la letra y la práctica política parecería una tomadura de pelo. No hay ni la mínima autocrítica sobre estos problemas que explican el deterioro de las instituciones, ligado a la convicción cada vez más extendida de que dependen de la burocracia de los partidos políticos.

Rajoy depende del Parlamento; no al revés

“Nadie puede comprender la política británica si no comprende el funcionamiento de la Cámara de los Comunes (...) en ocasiones especiales, se convierte en el centro casi místico del sentimiento nacional”. Las Memorias de Margaret Thatcher recogen esas palabras al relatar la jornada de su dimisión, el 22 de noviembre de 1990, tras 11 años y medio al frente del Gobierno británico. Nadie reconocerá algún rasgo similar en el Congreso de los Diputados. No es una avería del sistema, sino el resultado natural de los esfuerzos alternados entre PP y PSOE para minusvalorar al Parlamento en beneficio del Ejecutivo, llevados al paroxismo por el férreo control de la actual mayoría.
Mariano Rajoy no es el mandatario directo de las urnas. En realidad, fue elegido por el Congreso de los Diputados. Parece un formalismo (¿a quién iban a elegir, sino al jefe de la mayoría?), pero la democracia se diferencia de los regímenes autoritarios por el respeto a las reglas y a los buenos usos. Un presidente elegido en el Congreso puede ser destituido por esa misma Cámara, que a su vez corre el riesgo de ser disuelta por aquel para provocar nuevas elecciones. De modo que existe un juego que los protagonistas no deben saltarse a la torera. Gran parte de la enorme desafección ciudadana hacia los partidos políticos se debe a haber reducido a los votantes a la impotencia, no solo a base de escándalos, sino de constreñir a los representantes a la condición de personas que han de ganarse el favor de sus jefes y no el de los ciudadanos.
Es verdad que las campañas electorales se montan en torno a los candidatos a presidente del Gobierno, lo cual contribuye a la sensación de vivir en un sistema presidencialista. Pero es falso. Los presidentes de Estados Unidos o de Francia sí están investidos directamente por las urnas. La posición de Rajoy (como antes la de Zapatero, Aznar, González, Calvo Sotelo, Suárez) es equiparable a la del canciller en Alemania o a la del primer ministro británico: dependen de sus respectivos Parlamentos. No al revés.
No es mala ocasión de poner bajo los focos el funcionamiento de una democracia que es muy poco transparente
Si los jefes de las mayorías y de las minorías se llevan mal, es su problema. La Dama de Hierro nunca dejó de despreciar al jefe de su oposición, el laborista Neil Kinnock (“Jamás me decepcionó. Hasta el final mismo, siempre pronunció las palabras menos apropiadas”). Probablemente, Rajoy siente parecida antipatía por Alfredo Pérez Rubalcaba, pero no comparte con los jefes de Gobierno británicos el respeto al Parlamento. Solo por eso hay que valorar la iniciativa del líder de la oposición socialista, en recordatorio de que la moción de censura también existe.
Todo cuanto se ha dicho de que Rajoy puede ganar esa votación sin bajarse del autobús es más que cierto. También lo es que desempolvar el Gran Berta, solo para intentar que el presidente del Gobierno acuda al Parlamento, puede parecer un desperdicio. La situación ilustra el bloqueo al que el partido mayoritario somete a las minorías. Si la democracia representativa queda reducida casi a la incapacidad, porque la mayoría entiende que la soberanía es del presidente del Gobierno, se comprende que las minorías rebusquen el modo de rearmar al Parlamento. No es mala ocasión de poner bajo los focos el funcionamiento de una democracia que abusa de los decretos-ley, niega comisiones de investigación, es muy poco transparente y donde nadie se hace responsable político de finanzas partidistas más que dudosas.
La debilidad económica de España empuja hacia las prudencias conservadoras para tratar la crisis institucional. Esa oposición que desempolva el gran cañón está dividida: unos piden elecciones ya, otros quieren una sucesión ordenada en el seno de la mayoría y hay quien se conformaría con una explicación. Pero hace 26 años que portavoces de la oposición (uno de ellos, el candidato a nuevo jefe de Gobierno) no tienen la oportunidad de subir a la tribuna y plantear sin limitación de tiempo cuanto quieran decir, si finalmente se presenta la moción. La perderán, pero los mecanismos democráticos no deben oxidarse.

Los dos soles de Europa

odo gira en torno al sol. O mejor, de los soles. La imagen de Europa está partida en dos. Por una parte, están las calles bañadas por el sol de Madrid, Lisboa, Atenas y Roma; por otra, las sombrías avenidas de Berlín, Londres y Ámsterdam, iluminadas por otra clase de luz: la del conocimiento y la Ilustración.
Para los europeos del norte, la Europa del sur simboliza el ocio y la pereza. Es un lugar que se vende (y se compra) como un cómodo destino vacacional en el que, durante como máximo dos semanas al año, los norteños pueden participar de un sesteante modo de vida. En las playas del Algarve o en las islas griegas pueden olvidarse de sus preocupaciones y perder temporalmente lo que Nietzsche gustaba de llamar la “seriedad del oso”. La Europa del sur dista de ser la homérica isla de Circe, donde los visitantes olvidaban su patria. Los Odiseos de hoy, en cuanto se ponen un poco morenos o se queman por falta de costumbre, quieren volver a la rutina de sus países, con energías renovadas para afrontar otro año de trabajo y entrega a toda clase de empresas racionales.
No cabe duda de que esta caricatura, que tiene ciertos elementos tangibles, mezclados con la arena y la sal que se enredan en el pelo de quienes toman el sol en las playas de Alicante, no es una representación verídica de la Europa meridional, sino de la típica actitud que esta suscita en otras zonas del continente.
La misma lente ideológica se aplica para observar y explicar la severidad de la crisis actual en España, Portugal, Grecia, Chipre e Italia. Las poblaciones de los países “periféricos” son perezosas, despreocupadas y se niegan a trabajar con ahínco, prefiriendo más bien deleitarse bajo un sol totalmente real, de cuya abundancia disfrutan. Según la diatriba más corriente, como ya llevan demasiado tiempo viviendo del dinero del contribuyente alemán, ahora deben sufrir las consecuencias de su cortedad de miras económica.
Poco importa que los portugueses soporten jornadas laborales mucho más largas que las alemanas
Poco importa a quienes así piensan que los portugueses deban soportar jornadas laborales mucho más largas que las alemanas, o que los países del sur de Europa hayan proporcionado un fácil acceso a los bienes de consumo fabricados en el centro de la UE. En el contexto europeo, importa todavía menos que fuera en Grecia donde el sol de la filosofía se alzó primero antes de emigrar a Roma. El prejuicio está ya muy arraigado: el sol físico brilla en el sur, mientras que el del conocimiento ilumina al norte.
No podemos dejar de mencionar el trasfondo filosófico sobre el que lucen los dos soles de Europa. En su Filosofía de la naturaleza, Hegel llega incluso a comparar la formación del sujeto entre los sureños con la de las plantas, que también se afanan por avanzar hacia la luz y la calidez del sol. “La externalidad de la unidad subjetiva o individual de la planta”, señalaba, “es objetiva en su relación con la luz. […]El hombre se conforma de manera más interior, aunque en las latitudes meridionales tampoco alcanza el estado en el que su yo, su libertad, quedan objetivamente garantizados”.[1]
En lenguaje coloquial, la afirmación de Hegel significa que lo que mueve a las plantas es algo ajeno a ellas, es decir, se trata de la luz, y de ella surge su identidad. Por su parte, los seres humanos se construyen desde dentro, en tanto que seres con memoria, que conscientes de su entorno y de sí son capaces de tomar decisiones, etcétera. Pero, y aquí reside el remate racista de Hegel, en las “latitudes meridionales” la subjetividad humana es más vegetal y el yo de la persona no es ni tan libre ni se desarrolla tan plenamente como en las septentrionales. Nietzsche, aun oponiéndose con frecuencia a Hegel, estaría de acuerdo en que la sobreabundancia de luz no deja tiempo suficiente para la divagación sombría ni para adentrarse en la interioridad del alma (y añadiría que esta falta de tiempo es positiva). La cantidad de luz del sol metafísico del conocimiento y la intensidad del sol material son inversamente proporcionales: cuanto más recibimos del segundo, menos nos beneficiamos del primero.
Evidentemente, el turismo es un sector crucial para Europa del sur, razón por la cual esta zona ha estado encantada de confirmar su condición de “destino de sol”. La campaña realizada en 1982 por España, en la que aparecía un dibujo de Miró junto al lema Todo bajo el sol, ha consolidado la tópica vinculación entre el conjunto del país y la playa y la diversión. Recientemente, otra campaña portuguesa, con el lema Reforma ao sol (Jubilación al sol), ha tratado de atraer a los jubilados del norte de Europa (y sobre todo a sus fondos de pensiones) a un entorno propicio al descanso después de una vida de trabajo.
Mientras las diversas zonas de Europa sigan iluminadas por dos soles diferentes, la idea de una Europa de dos velocidades seguirá en la agenda política. No entra en lo posible evitar que llueva en los países del Benelux o en las islas Británicas, pero sí está a nuestro alcance desarrollar en el sur de Europa economías basadas en el conocimiento. Hasta que llegue ese momento, la “integración” europea será una palabra carente de contenido.
Michael Marder es profesor e investigador del programa Ikerbasque en la Universidad del País Vasco, Vitoria-Gasteiz. Es autor de The Event of the Thing: Derrida’s Post-Deconstructive Realism (2009), Groundless Existence: The Political Ontology of Carl Schmitt  y de numerosos artículos sobre fenomenología, filosofía política y pensamiento medioambiental. Su libro más reciente es Plant-Thinking: A Philosophy of Vegetal Life. Su página web es: www.michaelmarder.org
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

Estrellas que se apagan

Parece obvio que la crisis se ceba en España. Ni siquiera la gastronomía de excelencia, esa que cabalga ya férreamente unida a la Marca España, se libra de los embates. Esta semana, el emblemático restaurante Can Fabes ha anunciado que el 31 de agosto cerrará sus puertas. Bajo la dirección de Santi Santamaría, su fundador, el restaurante de Sant Celoni (Barcelona) llegó a tener tres estrellas Michelin. Ahora, a pesar del mazazo de la muerte del afamado cocinero en Singapur, conserva dos de las preciadas estrellas, que son como los Oscar de la gastronomía. Pero ni la extrema afición española a la alta cocina, que hasta ha dado el salto a los concursos televisivos, ni casi ninguna otra circunstancia parece que serán capaces de salvar a este exquisito templo gastronómico, ahogado por la inviabilidad económica.
Otros, lamentablemente, le han precedido durante estos cinco años de dura recesión. La lista empieza a ser voluminosa: elBulli,Jockey, Ca Sento, Sergi Arola Gastro...
A estos grandes cocineros no les ha salvado la innovación y la creatividad que siempre demostraron. Otros, sin embargo, se están aferrando a esa misma receta para intentar subsistir.
Las nuevas corrientes innovadoras recorren un camino, en cierto modo, inverso: mantener el lujo de unos buenos platos al tiempo que se bajan los precios y se combinan las viandas con locales menos lujosos, servicio menos caro y negocios paralelos, como el catering o la asesoría a otros cocineros.
En todo caso, este nuevo cierre anunciado tiene muchas aristas. Porque es injusto que la crisis arrastre por igual a los que incurrieron en excesos y mala gestión que a quienes durante años demostraron esfuerzo y creatividad, aunque por otra parte parece lógico que tanto lujo caro pierda adeptos en un país de mileuristas.
También resulta paradójico que el mercado del lujo siga tan sano y rentable como antes junto al triste apagado de tanta estrella Michelin. Parece obvio que en este país ya no quedan paladares de ricos suficientes para sostener la alta cocina española. Ni tampoco empresas y clases medias dispuestas a hacer un día una lujosa excepción.

Da la sensación de que la corrupción ha de ser legalizada”

El restaurante de las Letras, en la calle Gran Vía, de Madrid, por la mañana, es un festín de luminosidad.  Pese a ello, el periodista y escritorJosé Sanclemente (Barcelona, 1957) elige una mesa situada en la penumbra para hablar de su última novela, No es lo que parece (Roca Editorial), muy adecuado para un escritor de novela negra. El autor, que reconoce no ser lector habitual de este género, es exactamente lo que parece a primera vista. Un hombre afable que se siente cómodo hablando ante los medios de comunicación. Visualmente se asemeja al arquetipo de editor que uno imagina en su despacho envuelto en pilas de libros que la mayoría no ha leído. Pese a ese halo clásico que le envuelve, es inquietante el dominio que tienen los personajes que crea de las redes sociales, reflejo de su propio conocimiento en las nuevas (ya no tan nuevas) tecnologías. Hasta la más secundaria de sus creaciones domina con inusual naturalidad cualquier aplicación.
La novela es el último trabajo del escritor catalán. El calificativo de escritor viene tras un debate con el autor sobre por qué rol prefiere ser reconocido. Sanclemente, además es economista, periodista y editor. Aunque el relato no pretende ser una secuela, no hay una continuidad entre este libro y su antecesor Tienes que contarlo (Roca Editorial) el autor se sirve, una vez más, de la periodista Leire Castelló y el inspector Julián Ortega para contar la historia. El hilo argumental de la primera novela hace eco en las relaciones entre el periodismo y las redes sociales, retratando la decadencia del oficio. En esta obra, sin embargo, el escritor plantea, con una detallada radiografía sobre la realidad de la sociedad española como telón de fondo, si la corrupción política y económica son necesarias para mantener la esencia del sistema.
El escritor plantea si la corrupción política y económica son necesarias para mantener la esencia del sistema.
“Yo quisiera pensar que no, pero el personaje lo dice y se lo cree. Considero que hay bastante gente que está convencida de ello y que además actúa en consecuencia”. El autor reflexiona sobre sus propios paradigmas: “Da la sensación de que la corrupción tenga que ser legalizada. Legitimada en cierta medida para que las cosas importantes del sistema no cambien”. En un marco social con tantos frentes legales abiertos: Las preferentesel caso Bárcenas o los ERE fraudulentos de Andalucía, parece inevitable preguntarse, a medida que día a día fluye la información, qué más queda por descubrir y si lo que no sabemos, como en la novela, responde a intereses ocultos que impiden que se descubra la verdad.
Para José Sanclemente es complicado ser periodista en los tiempos que corren, aunque matiza que “es más difícil llegar a la verdad desde los medios de comunicación. Estos, como cualquier empresa, por culpa de la crisis, lo están pasando mal. Cada vez son menos independientes y por tanto encorsetan más al periodista”. Otro de los motivos que expone el autor es la falta de recursos de las grandes grupos de información. “La reducción de plantilla en las empresas periodísticas hace que sea más difícil llegar a la verdad”.
Para Sanclemente es el propio periodista su mayor enemigo y plantea lo que a su juicio ha sido un cambio de paradigma a partir del 15-M. “Este pude ser un movimiento en que puedes estar de acuerdo o no, pero el lema no nos representan no solo lo exhiben contra los políticos o contra los financieros, también contra los periodistas”. Asimismo, el autor de No es lo que parece alerta sobre un abandono de la identidad del profesional de la información, para quein su misión principal no es la de estar al lado del poder sino servir de contrafuerte contra los que ostentan los altos cargos.
El escritor va más allá en sus conclusiones y añade que en la actual coyuntura “el periodismo parece innecesario”. El principal motivo que expone Sanclemente es la incapacidad de los medios para adaptarse a las necesidades de los lectores. “Creo que las empresas periodísticas hemos estado lentas. El periodista se ha acomodado. Ahora le toca a una nueva generación vivir, con dificultades, el desarrollo de su trabajo. Pero hay que reconocer que hace diez o quince años los periodistas vivían muy bien”.
Esta nueva generación queda reflejada en la figura de Raul Viedma, jefe de producción de Leire y becario "de gran experiencia". Este personaje se convierte en abanderado de sus coetáneos de profesión y le sirve al autor para contar una anécdota sucedida el año pasado en unos cursos a los que acudió como invitado: "Fui a unas charlas sobre periodismo. Al acabar se me acercó una periodista. Era una chica joven, creo que alemana. Necesitaba créditos para la Universidad, para el plan Bolonia,y se me acercó a pedir trabajo. Me dijo que la única condición era que no quería cobrar pero que tampoco quería pagar, porque había estado en un medio en el que tenía que hacerlo para conseguir los créditos y hacerse un currículum". Además de la, obvia, falta de motivación que causa esa situación el autor añade que "ya no hay formación porque el becario viene a suplir el trabajo de un empleado que han echado y que cobraba mucho más dinero".

El ‘número dos’ de la Marca España cesa tras insultar a los catalanes en Twitter

El adjunto al alto comisionado para la Marca España, Juan Carlos Gafo Acevedo, embajador de España, anunció ayer por la noche que dejaba esta oficina después de que el pasado viernes insultara en Twitter a los que pitaron al himno de España en los campeonatos mundiales de natación, que se celebran en Barcelona, en unos términos muy poco diplomáticos: “Catalanes de mierda, no se merecen nada”, escribió.
Gafo (Madrid, 1963), diplomático y antiguo director de Protocolo de la Presidencia del Gobierno entre 2004 y 2008 y exembajador en Líbano, se expresó así el viernes en la red social Twitter. El sábado por la tarde, casi un día después del insulto, comenzó a recular, primero tratando de justificarse y luego manifestando su respeto a los catalanes. En el mismo foro respondió a un internauta que le recriminaba sus palabras: “Respeto total, pero comprende el cabreo cuando se inaugura un mundial... Yo nunca pitaría el himno catalán”. Y dos minutos después añadió: “Sólo quiero decir que el himno merece respeto. Yo nunca pitaría el himno catalán; y no me refería a todos los catalanes, a los que respeto plenamente”.
A última hora del sábado, Gafo mandó un nuevo mensaje de rectificación: “Para todos: he rectificado. Me sentó mal que silbaran el himno español. Es todo. No tengo nada contra Cataluña ni contra los catalanes”.
El insulto de Gafo cogió por sorpresa al Ministerio de Asuntos Exteriores, del que depende la oficina de la Marca España. El ministro, José Manuel García Margallo contactó por la tarde con el alto comisionado, Carlos Espinosa de los Monteros, para verificar que las expresiones vertidas por su número dos eran ciertas. Al confirmarlo se decidió su inmediata destitución. Fuentes del ministerio afirman que Margallo considera los insultos “intolerables e incompatibles con el espíritu de la Marca España”.
Al primera hora de la noche de ayer, y tras hablar con su jefe directo, Gafo convirtió su rectificación inicial en petición de disculpas y anuncio de abandono: “Pido disculpas a los catalanes. Fue un error y pido perdon por mis afirmaciones. Dejaré Marca España. Los que me conocen saben que no pienso asi”.
Su exabrupto hubiera pasado desapercibido en la red social, donde su perfil apenas contaba ayer con 40 seguidores, si alguien que reconoció a la persona y al cargo público no lo hubiera difundido. Según su ficha de la Presidencia del Gobierno, Gafo, casado y con dos hijos, es licenciado en Derecho y teniente del Cuerpo Jurídico de la Armada, e ingresó en 1991 en la carrera diplomática.

El exministro Caamaño censura la permanencia de Pérez de los Cobos

Que el árbitro del juego sea militante de un partido, no se sostiene democráticamente”. El exministro socialista de Justicia, Francisco Caamaño, se mostró ayer tajante al valorar la militancia del presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, en el PP cuando ya era magistrado del alto tribunal. Caamaño hizo especial hincapié en el hecho de que parte de la tarea de este tribunal se basa en resolver los recursos presentados por senadores y diputados “de un grupo político” contra leyes que aprueba otra formación. Además, el exministro aludió a que Constitucional es el tribunal que juzga las leyes del Gobierno, por lo que, según manifestó en Santiago de Compostela, la permanencia de Pérez de los Cobos en el PP cuando ya había sido elegido magistrado es una situación que “no se sostiene democráticamente”.
EL PAÍS publicó el miércoles que el ahora presidente del Constitucional pagó cuotas de afiliación al PP, al menos, entre 2008 y 2011. Él mismo admitió y defendió su militancia el jueves, ante sus compañeros del Constitucional, a los que aseguró haberse dado de baja en 2011.
En defensa del presidente del Constitucional salió ayer la máxima dirigente del PP de Euskadi, Arantza Quiroga, que siguió los argumentos esgrimidos por otros cargos del partido en el que militó Pérez de los Cobos.
Quiroga aludió ayer la legalidad a la que el presidente del alto tribunal aludió ante sus compañeros. “Es perfectamente legal”, señaló respecto a la compatibilidad, pese a que hay constitucionalistas que consideran que no lo es.
La presidenta del PP vasco se refirió, además, a las impugnaciones y recusaciones que el viernes empezaron a anunciar algunos de los afectados por casos en los que participó Pérez de los Cobos. “No vale utilizar cualquier medio para poner en solfa el Estado de derecho”, señaló Quiroga. Entre ellos, están el exmagistrado Baltasar Garzón, a quien el Constitucional rechazó un recurso de amparo tras la sentencia del Tribunal Supremo que le condenó a 11 de inhabilitación por autorizar las escuchas entre abogados y los cabecillas de la trama Gürtel que se encontraban en prisión. La providencia en la que se inadmitió el recurso estaba firmada por Francisco Pérez de los Cobos.
En el caso del dirigente abertzale Arnaldo Otegi, su defensa precisó ayer que no recurrirá la decisión de mantenerlo en prisión, adoptada por la sala primera del Constitucional, ya que Pérez de los Cobos no formaba parte de la misma. Sin embargo, sí tiene prevista su recusación, ya que será esta misma sala —que ahora preside el propio Pérez de los Cobos— la que decida sobre el fondo del asunto que Otegi llevó al Constitucional, condenado por pertenencia a organización terrorista cuando trataba de relanzar la marca Batasuna, a través de Bateragune.
También la Junta de Andalucía ratificó, en boca de su vicepresidente, Diego Valderas (IU), la propuesta de estudiar vías jurídicas para “apartar de las decisiones sobre Andalucía” al presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, por haber sido militante del PP. Según señaló Valderas, a través de su cuenta de Twitter, el Constitucional “ha de ser imparcial” y su presidente “no da garantías al militar en el PP”, por lo que “Andalucía está vendida en el alto tribunal”.
“No es ético ni estético que un magistrado que estuvo afiliado al PP marque el futuro de los andaluces”, ya que “no se puede ser juez y parte”, consideró Valderas. Tras conocer que Pérez de los Cobos pagó las cuotas de militante del PP hasta el 2011, Valderas dice que “si el presidente del Constitucional interviene en recursos que afectan a Andalucía siempre quedará la sospecha de la parcialidad”. A su juicio, “militar en un partido lo hace incompatible políticamente” y eso “se comprende con sólo leerse el artículo 7 de los estatutos del PP”, que obliga a sus militantes a “cumplir las instrucciones y directrices y ajustar su actividad política a los principios, fines y programas del PP”.

Ponente del recurso de Vera

Francisco Pérez de los Cobos ha sido ponente, desde que tomó posesión como magistrado del Tribunal Constitucional, de 40 sentencias. En 2011, cuando aún mantenía la militancia y pagaba las cuotas de afiliación, en el PP participó, también como ponente, en cinco cuestiones y recursos de inconstitucionalidad y siete recursos de amparo.
Entre los recursos de amparo que trató el ahora presidente del alto tribunal estaba el presentado por el exsecretario de Estado para la Seguridad del Gobierno socialista, Rafael Vera, condenado en 1998 por delito de secuestro y malversación de caudales públicos por el pago de diversas cantidades de fondos del Ministerio del Interior a los ex policías José Amedo y Michel Domínguez para evitar que hablaran e implicaran a otras personas en el caso GAL. Vera presentó un recurso de amparo ante el Constitucional y en 2005 el alto tribunal acordó la admisión a trámite de la demanda de amparo, momento en el que emplazó a presentar alegaciones. No fue hasta julio de 2011 cuando la sala segunda vio el recurso y Pérez de los Cobos fue el encargado de la ponencia de la sentencia que acabó rechazando el recurso de amparo presentado por el dirigente socialista.
Entre los recursos de amparo resueltos por el ahora presidente del Constitucional también se encuentran dos presentados por el exconcejal del PP de Majadahonda, José Luis Peñas. El edil fue quien grabó reuniones con, entre otros, el cabecilla de la trama Gürtel, Francisco Correa, con las que argumentó su denuncia ante la Fiscalía Anticorrupción, en noviembre de 2007.
Peñas recurrió al Constitución por un conflicto con el grupo popular municipal, del que fue expulsado. El Gobierno local lo consideró concejal no adscrito y le impidió su participación, con derecho a voto, en las comisiones informativas municipales. El Constitucional admitió el recurso de amparo, tal como defendía la fiscalía y en cumplimiento de la doctrina que el mismo Constitucional había marcado en 2009, en una sentencia semejhttp://politica.elpais.com/politica/2013/07/20/actualidad/1374350656_031233.htmlante.