miércoles, 27 de febrero de 2013

os jubilados que sigan trabajando cobrarán el 50% de la pensión


Jubilarse y seguir trabajando con un sueldo en España es muy difícil. Hay muchos obstáculos para hacerlo. El Gobierno quiere remover parte de ellos y pretende aprovechar la reforma parcial de pensiones que prepara (y que quiere tener aprobada en la primera quincena de marzo) para hacerlo. Para ello, en el borrador del decreto ley ya redactado se permite que los jubilados que sigan trabajando puedan cobrar hasta el 50% de la prestación que les corresponda. Estar retirado no eximirá de seguir cotizando, aunque las cuotas a pagar bajarán mucho, según el texto fechado el pasado 19 de febrero.
La compatibilidad no estará abierta a todos los trabajadores. Para poder acceder a ella, habrá que tener una carrera de cotización completa: 35 años y un mes en 2013 (este requisito irá creciendo progresivamente hasta que en 2027 alcance los 38,5 años). Si cumple ese requisito, el jubilado cobrará la mitad de la pensión que le corresponde mientras lo compatibilice con el trabajo. Una vez retirado definitivamente pasará a cobrar el 100% de la prestación que le tocaba percibir en el momento en que se jubiló, es decir, las cotizaciones adicionales no se traducirán en una mejora de la pensión.
La norma prevista también excluye a los funcionarios civiles y militares que estén encuadrados en regímenes de cotización especiales (Muface). Es decir, esta redacción no deja fuera al personal laboral de la Administración ni a los funcionarios que cotizan en el régimen general, básicamente los de Seguridad Social, comunidades autónomas y Ayuntamientos. No obstante, el decreto ley que tiene preparado el Ministerio de Empleo es un borrador y, por tanto, puede cambiar hasta que se apruebe definitivamente.
No falta quien advierte de que esto supone restar posibilidades de inserción laboral a los jóvenes
Este cambio se integra en la reforma de la jubilación parcial y anticipada que prepara Empleo, cuyo borrador adelantó en la edición este diario.
Esto supondrá un cambio sustancial con la norma actual. Ahora es compatible cobrar una pensión con el trabajo por cuenta ajena, si los ingresos no superan el salario mínimo interprofesional. También es posible, desde 2011, para los profesionales que trabajen por cuenta propia y cuenten con mutuas en sus colegios.
En un país como España, en el que el desempleo es un problema casi endémico, la compatibilidad entre pensión y sueldo siempre ha generado controversia. No falta quien advierte de que esto supone restar posibilidades de inserción laboral a los jóvenes, ya que los más mayores no dejan sus puestos de trabajo. Estas voces han crecido durante la coyuntura actual con el desempleo juvenil por encima del 55%.
La ministra de Empleo, Fátima Báñez, en una sesion en el Congreso de los Diputados / ULY MARTIN
Entre los sindicatos, esta modalidad tampoco genera entusiasmo ya que piensan, como norma general, que este tipo de trabajadores jubilados pueden resultar más baratos para las empresas e incentivar un proceso de sustitución. Este es uno de los riesgos que la redacción actual no evita y eso se aprecia en el pago de las cuotas sociales.
Ahora las cotizaciones actuales de un trabajador por cuenta ajena suponen el 36,25% sobre la base de cotización (6,3 puntos los paga el trabajador, el resto el empresario). La previsión para quienes compatibilicen trabajo y pensión es un 8% (el 2% a cargo del empleado) de “cotización especial de solidaridad”.
fuentes http://economia.elpais.com

Jubilación y actividad laboral


El Gobierno se encuentra preparando el borrador del decreto ley que permitirá a los pensionistas compatibilizar su jubilación con otro trabajo.
Se realizaría la correspondiente deducción de su pensión y la consiguiente cotización a la Seguridad Social. En dicho borrador, la Administración pretende dejar fuera de esta posibilidad a los funcionarios. Dadas las enormes cifras de paro y pésimas perspectivas futuras, no me parece justo ni oportuno hacer diferencias entre colectivos laborales, privando a aquellas personas con iniciativas y experiencia acumulada de colaborar en la creación de la infraestructura laboral.
Se crearían pequeñas empresas, ejercicio libre de la profesión y otras actividades para las que se encuentran suficientemente preparados que sin duda redundará en la formación de jóvenes profesionales, creando nuevos trabajos tan necesarios en este tiempo. La sociedad española no se puede permitir dejar fuera a aquellas personas que con sus inquietudes y ganas pueden ofrecer sus conocimientos y oferta laboral.
Existen pequeños negocios, consultas, despachos que desaparecen obligatoriamente con la jubilación y no son reemplazados por otros trabajadores. Considero de justicia que se mantengan las mismas condiciones para todos los jubilados y no se ofenda de nuevo a los funcionarios aunque estén jubilados.— Pablo Cañamares Casamayor.Funcionario jubilado.
fuentes http://elpais.com/

martes, 26 de febrero de 2013

os abandonados


Los abandonados es una película de terror de hace unos años. El comienzo de la intervención del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, en el debate sobre el estado de la nación, recordaba ese título: seis millones de trabajadores sin trabajo, la quinta parte de los españoles en riesgo de pobreza, 33.000 empresas cerradas durante el último año, ocho millones de pensionistas con reducción de su poder adquisitivo y obligados por primera vez a pagar por los medicamentos. Y seguramente en parte por ello, “millones de ciudadanos que han dejado de creer en la política”.
Como este diagnóstico es empírico y no se puede discutir, se esperaba por lógica que la primera medida que anunciase el presidente de Gobierno fuese un plan de choque para corregir los efectos más lacerantes de la recesión tan larga y profunda. Nada de nada. Esta es la gran desilusión del debate, su gran frustración.
Se esperaba que la primera medida que anunciase el presidente fuese un plan de choque contra los efectos más lacerantes de la recesión tan larga y profunda
Comentaba hace unos días el secretario general de UGT, Cándido Méndez, que al concepto tan extendido de “generación perdida”, aplicado a los jóvenes que no encuentran su oportunidad estando muy preparados, hay que añadir el de “generación abandonada”, compuesta por aquellos ciudadanos a partir de los 35 años que se quedan al margen del progreso por sumergirse en el desempleo estructural, y que no volverán a encontrar un puesto de trabajo más o menos adecuado a sus capacidades (o ningún puesto de trabajo) cuando la economía española recobre su ritmo de crecimiento. O porque ya se habrán hecho mayores (en una coyuntura que no los contrata) o porque se habrán convertido en inempleables, obsoletos tecnológica o profesionalmente.
Rajoy mencionó algunas medidas para combatir el empleo juvenil. Son más o menos discutibles, más o menos ambiciosas, más o menos eficaces, pero existirán. Sobre la “generación abandonada” solo hubo en su discurso un manto de silencio. Una generación que está en estos momentos sufriendo de plano los rigores de la crisis: como el seguro de desempleo no dura, en el mejor de los casos, más de dos años, ello significa que los parados que lo son desde el inicio de la crisis en el año 2008 y que no han encontrado trabajo, hace tiempo que han tenido que abandonar este sistema de protección. Los parados de larga duración de hoy, con seguro de desempleo, se han renovado al cien por cien respecto a aquellos de 2008, 2009 y hasta 2010.
Lo más sobrecogedor del análisis de Rajoy fue su impotencia respecto a esta realidad y su apelación a no ser impacientes (“ni la improvisación, ni los bandazos, ni la imprudencia, ni la impaciencia figuran en mi programa. No vamos a cometer errores por omisión ni errores por impaciencia”). ¿Cómo se puede demandar tranquilidad a esa “generación abandonada” que escucha impávida que “podemos encarar el futuro con seguridad porque hoy tenemos un futuro”, sin que sus componentes formen parte del mismo?
fuentes http://elpais.com/elpais

La imagen de un rey


En su autobiografía, José María Blanco-White cuenta que Carlos IV explicaba con orgullo que los reyes tenían la suerte de no poder ser traicionados por sus esposas, ya que tendrían que hacerlo con otros monarcas, y estos se encontraban demasiado lejos. Al margen de la veracidad de la anécdota, ajustada a la ingenuidad de aquel Borbón, la misma ilustra los peligros en que también incurrieron otros personajes reinantes al creer que su posición excepcional en la jerarquía del poder les colocaba por encima de cualquier riesgo. Recordemos a Alfonso XIII, cuando por una parte se lamentaba de su falta de popularidad a pesar de su afición a la práctica de deportes de lujo, olvidando que tal exhibición le colocaba a una distancia abismal de su pueblo, y por otra pensaba que nunca le sucedería lo que al zar Nicolás II, abandonado por sus nobles.
La sensación es que nuestro actual Monarca viene padeciendo este síndrome de ensimismamiento conforme se acumulan sobre él los problemas. Tal vez existiera en este caso la confianza en una amplia popularidad, asentada en dos momentos centrales, su iniciativa en la transición democrática y el hecho innegable de que por encima de cualquier punto oscuro, su intervención frenó el golpe de Estado del 23-F. Adhesión, conviene recordarlo, a la persona antes que a la institución monárquica. Pero desde entonces han pasado décadas, las jóvenes generaciones miran de muy lejos dichas efemérides y con la crisis se han acumulado problemas y circunstancias azarosas. Así sucedió con el famoso incidente de la cacería con compañera, descubierto por azar, y que puso ante la mirada de los españoles la triple escena de un rey que practica el ocio de lujo mientras los demás sufren el paro, agrede al reino animal al cazar una especie emblemática del mismo, y en fin, tiene una amiga y compañera de viaje cuyos gastos tal vez pagamos todos. Juan Carlos respondió con humildad a su error, pero el mal ante la opinión ya estaba hecho, y sobre todo, quedó claro que la Corona disfrutaba de un espacio reservado en el orden económico, no sometido a control alguno, a modo de pequeño reducto de absolutismo, susceptible de recibir las críticas que codificara Sièyés en su Ensayo sobre los privilegios.
El gran perdedor de esta historia es el heredero de la Corona
Lo más preocupante, de cara al mantenimiento del prestigio simbólico de la institución, es la tardanza con que el Rey reacciona a cada uno de los sucesivos conflictos. Así, la renuncia a la excepcionalidad de la gestión de su presupuesto, sometiéndose a la Ley de Transparencia, algo que inevitablemente llegará, le evitaría la imagen actual de defensor de un privilegio obsoleto. Incluso resulta cuestionable su presencia física en lugares calientes de la movilización nacionalista, como sucedió en la final de Vitoria. Una bronca desagradable y perfectamente previsible. Cualquier ministro pudo entregar la copa, sin que el Rey se sometiera a ser el blanco de una manifestación agresiva de rechazo, sirviendo de pretexto con su presencia para amplificar las expresiones del odio a España.
La táctica adoptada ante el caso Urdangarin se sitúa asimismo en esa línea de infravaloración de los riesgos para la institución, provocados por la falta de respuestas a tiempo. Lo ocurrido en Inglaterra con la princesa Diana fue ya buen ejemplo del efecto bumerán que puede producirse, tras la inmersión de las personas reales en el baño de la opinión pública. Es cierto que aquí no hay Corte, pero sí cortesanos que inevitablemente pueden beneficiarse de la proximidad al Rey o a la Reina, desde una promoción indirecta en sus carreras o en sus posiciones económicas, a raros privilegios en cuanto a obtener un rejuvenecimiento administrativo. Urdangarin habría sido aquí la punta del iceberg y todo indica que el Rey pudo extraer el fruto podrido antes de que contaminara al cesto. La simple adquisición del chalet de Pedralbes fue un indicador clamoroso, sin necesidad de esperar a una intervención judicial que al producirse dañó ya irreversiblemente, y daña, a la institución. La invocación de la solidaridad familiar, visible en el comportamiento de la Reina y acorde con los datos disponibles de su mentalidad de sesgo patrimonial —por ejemplo, respecto de su hermano Constantino—, resulta inaceptable desde una perspectiva democrática. Al duque de “em” la institución no parece importarle mucho. Y como todo el mundo reconoce, el gran perdedor de esta historia es el heredero de la Corona.
La declaración de don Juan Carlos, en el sentido de que no abdicará, muestra hasta qué punto la familia real se está convirtiendo en una fortaleza sitiada. Conviene volver la mirada a la abdicación de Eduardo VIII de Inglaterra, cuya enseñanza, aplicada aquí, supone que Urdangarin desde hace tiempo debió ser puesto en total cuarentena, que la propia infanta, al unir su suerte a su marido, tampoco debió figurar, ni siquiera en las expresiones públicas de lo privado. Maquiavelo, a quien celebramos este año, destacó que la modernidad de Fernando el Católico como principe nuovo consistía en su habilidad para lograr que sus decisiones suscitasen la admiración del pueblo. Actitud digna de ser imitada. Aunque tal vez sea ya demasiado tarde.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas.
fuentes http://elpais.com/elpais

Tengo un sueño, ¡maldita sea!


No es cierto, se dice José K. en ese duermevela en el que se han convertido sus noches desde hace algunos meses, que el cementerio esté lleno de cenas copiosas. Lo estará, sugiere, de cenas en exceso frugales, como la suya, que la pensión da para lo que da y se acabaron aquellos tiempos de las acelgas y el lenguadito. Las acelgas. Sin más. Y en esa soñera, se entrevé nuestro hombre a sí mismo deambulando por las calles del barrio, vestido con maltrechos harapos que parecen sacados de Los Miserables. Gran Victor Hugo. Quizá por acercarse al siglo, el dios de los sueños le calza, además, un gorro frigio, consciente de que a José K. el símbolo universal de la libertad y el republicanismo le llenará de orgullo y le servirá para darse el pisto frente a amigos y allegados. Pero no es así, porque José K. cree que tan peculiar sombrero, según desde dónde se mire, se asemeja demasiado a la barretina. Y aunque circunspecto en sus alegrías, no se ve nuestro hombre tocado de esa guisa y danzando con aplicación La sardana de les Monges mientras suena la pertinente cobla. Y menos, se asusta, en tiempos tan agitados para las identidades nacionales.
La achicoria del desayuno y las dos galletitas de refuerzo —sin azúcar, además— apenas si alcanzan a despabilarle. Llegada la hora, enciende José K. la radio Telefunken que compró con la extra que le correspondió en algún momento. Un día descubrió en ese aparato a un señor que se llama Iñaki Gabilondo, y allí dejó clavado el dial, inamovible desde entonces, que no ha encontrado razones suficientes para cambiarlo con sus sucesores. “Comienza el debate del estado de la nación…”, oye a través de las ondas. Bien asentado en la enea, vaso de agua al alcance de la mano, José K. comienza a escuchar al presidente del Gobierno.
Escasamente cantarín, vivaracho o sandunguero, el discurso de púlpito de Mariano Rajoy transcurre como de habitual, en esa monotonía que solo él sabe imprimir a sus prédicas, más proclives a generar plácidos bostezos que nerviosas agitaciones. En un momento se oye algo así como “… este es el gran cambio económico de los últimos meses” o “el superávit de la balanza de pagos por cuenta corriente previsto para 2013 es el indicador más representativo del saneamiento de nuestra economía…”. Se le estaban cerrando los ojos de forma involuntaria a nuestro hombre cuando escucha al presidente decir que “España ha superado en 2012 los peores riesgos financieros y las mayores amenazas económicas que ha conocido en muchos años”.
Y José K. tiene entonces un sueño. Es justo en este momento cuando vislumbra que el debate del estado de la nación exige otro formato, otra hechura, una concepción y un desarrollo absolutamente distintos: una auténtica revolución. Estos debates han de experimentar una conmoción, ver cómo una explosión —metafórica— se lleva los cuatro grandes cuadros históricos que enmarcan el hemiciclo, incluso las pinturas de la bóveda de Carlos Luis de Ribera que allí están desde 1850. Paredes fuera, puertas abiertas, techos levantados. Que pasen otros protagonistas, que están cerca del palacio de la carrera de San Jerónimo, apenas si a unos kilómetros. ¿Quiere José K. entonces echar del Congreso a los representantes de los ciudadanos elegidos democráticamente? En absoluto, se apresura a tranquilizarnos. Pero alternemos. Como una rica tarta: una capa de bizcocho, otra de mermelada, otra de bizcocho, una más de nata pastelera y, por encima, un gustosísimo chocolate.
Imagínense que Bárcenas, llamado por Rajoy, cuenta cómo se ha hecho con su fortuna 
Que las mareas, blancas y verdes, tomen asiento en el recinto dedicado por la democracia a conocer los pesares de los ciudadanos y a tomar medidas para remediarlos. Entornen los ojos y tras hablar Rajoy de la superación de los problemas, vean cómo sube a la tribuna Pepita Cifuentes, una profesora a la que han recortado el presupuesto para poder medio educar a unos cuantos niños, criados en alguno de esos casi dos millones de hogares en los que todos los miembros de la familia están en paro. O, por supuesto, a Jacinto Bermúdez, uno de esos padres, mayor de 55 años, que forma parte del ejército de medio millón de ciudadanos que no tiene la menor oportunidad de volver a trabajar en su vida. O, por qué no, a Juanito Domínguez, 23 años, uno de los dos millones y medio de licenciados universitarios sin trabajo. Quizá, piensa Domínguez, tristemente esperanzado, logre en un futuro unminijob de 400 euros al mes. Un lujo, un frenesí.
¿Seguimos con la sanidad? ¿Con la investigación? ¿Con la cultura? ¿O mejor traemos a la tribuna a Elisa Rodríguez, 86 años, desahuciada de su piso de 40 metros cuadrados en el que vive desde 1952 porque su hija, a la que un día avaló, no ha podido pagar la hipoteca porque ha perdido su trabajo? Aunque seguramente haya quien prefiera la presencia en ese lugar tan preeminente de Aurora García, a la que se ha cortado, de raíz, cualquier ayuda para atender a su marido y su suegra, ambos dependientes… “Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales” (1).
Pero no acaba aquí el sueño, no, porque José K. ha ideado otra variante no menos luminosa. Ha sido al oír a Rajoy afirmar enfáticamente que la “corrupción es un problema que alarma a los ciudadanos y que un país que se respete, debe perseguirla tan pronto como aparezca”. Imagínense esta grácil cabriola: se vuelve Rajoy hacia un lado y dice: “Luis Bárcenas, por favor”. Y entonces entra Luis Bárcenas. Mira al respetable, se despoja de su caro abrigo y comienza su miserere. Cuenta, con detalle, cómo se ha hecho con al menos 38 millones de euros para esconderlos en Suiza, mientras ocupaba con gran pompa y abundante secretariado un despacho al lado del hoy presidente del Gobierno. Explica también, con todo lujo de detalles, ese engorroso asunto de la contabilidad B, las donaciones y los sobres. Y hasta enseña cómo y cuánto cobró del PP hasta hace dos días.
Sin solución de continuidad, Rajoy llama a Jesús Sepúlveda. “Jesús, por favor”. Y el exalcalde de Pozuelo no duda en desmenuzar el medio millón de euros que recibió de la trama Gürtel: que si unos coches de lujo, que si unos viajecitos, unos cumpleaños de los niños… Ana Mato, su esposa en aquellos días, sale también al estrado a requerimiento del presidente del Gobierno, y manifiesta su total inocencia sobre aquel Jaguar que nunca vio, los hoteles que nunca disfrutó o los disfraces de los diablillos que acudieron a tan inocentes onomásticas… Tras ellas, Rajoy, cabizbajo, presenta la renuncia a ejercer la presidencia del país. Qué menos.
Choca que el pasado solo le pese a Rubalcaba, mientras el presidente va ligero de equipaje
Hay más cosas en el sueño. Maldita sea, dijo Alfredo Pérez Rubalcaba. José K. está de acuerdo. Un horror. Un espanto. Qué desgracia aquella de tantos años perdidos, de tantos graves errores, de tanto hollín que empañó lo brillante que en un momento se pudo lucir. Choca a José K., sin embargo, que el pasado —Zapatero— solo le pese en la mochila a Rubalcaba, mientras Mariano Rajoy va ligero de equipaje como el viajero de Antonio Machado, sin que los hilillos del Prestige, la guerra de Irak o la utilización obscena del 11-M —Aznar— le persigan, cuando estuvo metido, de hoz y coz, en todos y cada uno de tan cenagosos asuntos.
Así que malditas sean, sí, aquellas decisiones equivocadas. Pero malditas y malditas, mil veces malditas, las que ahora nos están robando el futuro.
(1) “I say to you today, my friends, even though we face the difficulties of today and tomorrow, I still have a dream. It is a dream deeply rooted in the American Dream. I have a dream that one day this nation will rise up and live out the true meaning of its creed: ‘We hold these truths to be self-evident; that all men are created equal”.
Martin Luther King, 28 de agosto de 1963. Lincoln Memorial, Washington
fuentes http://elpais.com/elpais

Lo que está en juego


La creciente tensión entre el socialismo catalán y el PSOE no interesaría más que a sus militantes si no fuera porque amenaza con arruinar una de las fuerzas que han hecho posible la actual España democrática. Más aún: en la cohesión territorial, el socialismo actúa como un cualificado gozne entre las pulsiones centrípetas y centrífugas. El PSC, como fuerza catalanista y española, y su hermano mayor, el PSOE como partido español de tradición también liberal (y no solo jacobina) en la cuestión nacional —y en esa virtud capacitada para acomodar las fricciones territoriales— constituyen, al menos hasta hoy, un pilar básico del esqueleto autonómico de la España contemporánea.
Sería un desastre que esa función cumplimentada por ambos partidos quedase en el erial o en el olvido. Porque a la postre se multiplicarían las ópticas extremas y excluyentes —centralista e independentista— que tratan de capturar el futuro de este país.
Ahora bien, para desarrollar esa función de encaje, que exige firmeza y flexibilidad, ambas formaciones deben acreditar capacidad de establecer un horizonte común: lo contrario de lo que acaba de suceder, por vez primera en la historia democrática, a raíz de unas resoluciones sobre la conveniencia de negociar un referéndum sobre el futuro de Cataluña en su relación con España.
Si la tradición de este país bebiese en fuentes federales o confederales, no sería un drama que socialistas (o conservadores) de un lado u otro votasen circunstancialmente en sentido contrario, o defendiesen posturas contrapuestas a través de grupos parlamentarios diferenciados: sucede en Alemania, en Bélgica y en Canadá. Pero no es la tradición dominante, por lo que los distintos enfoques dentro de cada familia deben agotar su capacidad de negociación interna antes de exhibir su desnudo desacuerdo ante los electores.
El PSC se juega en este envite su papel de fabricante de cohesión durante 30 años en Cataluña. El PSOE, además, la credibilidad de su actual cúpula, nacida de un congreso que afloró una gran fractura interna; que fracasó en sucesivas elecciones autonómicas; y que apenas aprovecha la debilidad gubernamental para afianzar su alternativa. Ante el reto adicional de la cuestión catalana, el PSOE de Rubalcaba debe optar. Por la dureza, por la flexibilidad o por una mezcla de ambas.
fuentes http://elpais.com/elpais

lunes, 25 de febrero de 2013

Los abandonados

Los abandonados es una película de terror de hace unos años. El comienzo de la intervención del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, en el debate sobre el estado de la nación, recordaba ese título: seis millones de trabajadores sin trabajo, la quinta parte de los españoles en riesgo de pobreza, 33.000 empresas cerradas durante el último año, ocho millones de pensionistas con reducción de su poder adquisitivo y obligados por primera vez a pagar por los medicamentos. Y seguramente en parte por ello, “millones de ciudadanos que han dejado de creer en la política”.

Como este diagnóstico es empírico y no se puede discutir, se esperaba por lógica que la primera medida que anunciase el presidente de Gobierno fuese un plan de choque para corregir los efectos más lacerantes de la recesión tan larga y profunda. Nada de nada. Esta es la gran desilusión del debate, su gran frustración.

Se esperaba que la primera medida que anunciase el presidente fuese un plan de choque contra los efectos más lacerantes de la recesión tan larga y profunda

Comentaba hace unos días el secretario general de UGT, Cándido Méndez, que al concepto tan extendido de “generación perdida”, aplicado a los jóvenes que no encuentran su oportunidad estando muy preparados, hay que añadir el de “generación abandonada”, compuesta por aquellos ciudadanos a partir de los 35 años que se quedan al margen del progreso por sumergirse en el desempleo estructural, y que no volverán a encontrar un puesto de trabajo más o menos adecuado a sus capacidades (o ningún puesto de trabajo) cuando la economía española recobre su ritmo de crecimiento. O porque ya se habrán hecho mayores (en una coyuntura que no los contrata) o porque se habrán convertido en inempleables, obsoletos tecnológica o profesionalmente.

Rajoy mencionó algunas medidas para combatir el empleo juvenil. Son más o menos discutibles, más o menos ambiciosas, más o menos eficaces, pero existirán. Sobre la “generación abandonada” solo hubo en su discurso un manto de silencio. Una generación que está en estos momentos sufriendo de plano los rigores de la crisis: como el seguro de desempleo no dura, en el mejor de los casos, más de dos años, ello significa que los parados que lo son desde el inicio de la crisis en el año 2008 y que no han encontrado trabajo, hace tiempo que han tenido que abandonar este sistema de protección. Los parados de larga duración de hoy, con seguro de desempleo, se han renovado al cien por cien respecto a aquellos de 2008, 2009 y hasta 2010.

Lo más sobrecogedor del análisis de Rajoy fue su impotencia respecto a esta realidad y su apelación a no ser impacientes (“ni la improvisación, ni los bandazos, ni la imprudencia, ni la impaciencia figuran en mi programa. No vamos a cometer errores por omisión ni errores por impaciencia”). ¿Cómo se puede demandar tranquilidad a esa “generación abandonada” que escucha impávida que “podemos encarar el futuro con seguridad porque hoy tenemos un futuro”, sin que sus componentes formen parte del mismo?

 fuentes http://elpais.com/elpais

Demasiado pasado

En hora y media de discurso del estado de la nación, el presidente Rajoy no pronunció ni una sola vez las palabras justicia y desahucio. El paro, las desigualdades y la vivienda son los tres principales problemas sociales de este país. La combinación del paro con el endeudamiento hipotecario es explosiva, conduce directamente a la exclusión y a la marginación social. Las desigualdades están abriendo un agujero en la sociedad que diluye cualquier idea de comunidad o proyecto compartido: cada uno a lo suyo y sálvese quien pueda. Estamos hablando de cuestiones que afectan dramáticamente a la vida de las personas y que alejan cualquier idea de justicia y equidad, que son las bases de una sociedad civilizada y democrática. Y, sin embargo, no forman parte del vocabulario de Rajoy. El derecho a la vivienda digna, que figura en la Constitución, es papel mojado. Los desahucios han provocado la mayor movilización social desde que empezó la crisis. El presidente despacha la cuestión con una frase de rechazo rotundo de la dación en pago.

El presidente busca aliento mirando hacia atrás porque su futuro depende de lo que Bárcenas sepa y de lo que esté dispuesto a enseñar

Mariano Rajoy hizo el debate del estado de la nación con un solo objetivo: levantar la moral de su tropa. La tropa partidaria tiene diferentes niveles. El primer círculo son los cuadros y la militancia; a ellos, desorientados por el caso Bárcenas, iba dirigido el grueso del discurso: estoy aquí para cuatro años y no pienso dejarlo. El segundo círculo es el de los electores fieles, los que todavía no han sentido la llamada de la fuga, entre otras cosas porque no saben adónde largarse. El uso verbal del pasado que hizo el presidente, como si lo peor hubiese quedado atrás, en flagrante contradicción con los seis millones de parados a los que se refirió en sus primeras palabras, tenía como objetivo despertar algún recodo de esperanza en ellos. De ahí, también, la referencia a los tiempos dorados del PP. Del tercer círculo, los que frustrados por el incumplimiento de las promesas expresan su irritación en las encuestas, ni se preocupó. Si las cosas mejoran, ya volverán. El resto de la ciudadanía ni siquiera entraba en su campo de visión. Un campo condicionado por el retrovisor: Rajoy funda su legitimidad en la arcadia pepera de 2000 y en la desastrosa herencia de Zapatero. Demasiado pasado.

El presidente busca aliento mirando hacia atrás porque su futuro depende de lo que Bárcenas sepa y de lo que esté dispuesto a enseñar. Si un día se demuestra, por ejemplo, que el presidente cobró sobresueldos del partido bajo mano, tendrá que irse a casa. Uno de los síntomas que avisan de la pérdida del sentido de la realidad de los políticos es que disfrutan como niños con sus propias ocurrencias. Rajoy se regodea en el juego de no mencionar el nombre del extesorero. En el fondo, es un reconocimiento de impotencia ante una sombra que le persigue y le perseguirá mientras no se clarifiquen los hechos. Su promesa de cumplir la legislatura depende simple y llanamente de un chantaje. Y, dado que el futuro de la Corona depende de otro chantaje, no se puede negar que la estabilidad institucional del país es precaria. Pero Rajoy puede exhibir firmeza porque el principal partido de la oposición también está atrapado por el pasado: demasiadas batallas sobre las espaldas de Pérez Rubalcaba. Si Rajoy no tiene credibilidad contra la corrupción por el chantaje al que está sometido, el líder socialista, con una larga historia al servicio del régimen actual, no la tiene como motor del cambio que el país necesita.

PP y PSOE tienen un interés común: la defensa del régimen bipartidista que han protagonizado estos años y que ahora está dando señales de estar gripado. Por eso el debate del estado de la nación ha sonado a antiguo y alejado de la realidad. La ciudadanía espera que las cosas se muevan, y la política les ofrece un debate de los de siempre. Rajoy, en caída libre en los sondeos, utiliza a Merkel y a las instituciones europeas, y no a los ciudadanos, para validar sus políticas (la democracia al revés), y Rubalcaba, todavía en mayor debilidad, teme verse desbordado por su izquierda. Todo ello con el ya conocido desdén de un presidente que es un excelente orador parlamentario, pero incapaz de transmitir empatía con los ciudadanos. Tres meses después de las elecciones catalanas no se ha dignado todavía hacer una propuesta política a Cataluña. El desprecio con que respondió a un manso Duran Lleida (“no nieguen a los catalanes el derecho a ser españoles y europeos”, dijo Rajoy) fue elocuente. El país cambia, el régimen permanece.
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fuentes http://elpais.com/elpais/

Teoría de la comparación

Esteban González Pons fue a esRadio el lunes por la mañana y repitió lo que un reputado periodista había dicho noches antes para amparar un fantasma del pasado: como en la película La noche más oscura la CIA (la madre del guion, según Pons) no había incluido el 11-M entre los crímenes de Al Qaeda, ya puede deducirse que la antigua teoría de la conspiración fabricada para explicar los peores atentados de nuestra historia tiene más padrinos que los que aquí la han jaleado. ¿Datos? Ah, no, solo es una intuición, un guiño, un acertijo...

Al tiempo, un compañero de filas de Pons, Javier Arenas, dijo en Valladolid, ante sus correligionarios, que todo lo que está pasando últimamente contra el presidente del Gobierno le sonaba a 11-M. Tras la derrota electoral del 14-M, algunos representantes del PP (mediáticos y políticos) sustentaron la especie de que el 11-M había nacido en montañas cercanas y había sido alentado como un golpe de Estado. Se dijo. Asusta que se diga que ahora huele a 11-M.

La teoría de la conspiración tuvo diversas residencias; hubo periodistas perseguidos desde el insulto hasta la injuria porque no la siguieron al pie de la letra, y ahora resurge de vez en cuando lo que entonces se aventó sin otro éxito que el que se consigue con el griterío: la confusión, basada en el poco respeto a los hechos y a las personas que los sufrieron. Ahora esa película ha avivado la teoría en las mentes de los que la mantuvieron, y en lugar de confirmar con la directora de la famosa película por qué, supuestamente, decidió apostar por unirse a la conspiración, ya usan ese detalle de La noche más oscura para darse la razón retrospectivamente. El 11-M no está en la lista de lo que hizo Al Qaeda tras el 11-S, luego... Uf, qué peligro tiene el método deductivo para justificar el pasado lanzando humo sobre el presente.

Lo extraño es que el PP, en algunas de sus voces más autorizadas, se arriesgue sin otros datos a seguir machacando en el mismo clavo. Puede explicarse por el carácter Zelig, o camaleónico, que tienen ciertos políticos, proclives a decir en según qué foros lo que esperan oír aquellos que los invitan a desfogarse. Pero no se entiende que, en aras de apuntalar la teoría de la comparación en la que están inmersos, resuciten la teoría de la conspiración que tantos disgustos les dio en el pasado a sus parientes más veteranos.

Se está perdiendo el tono; por esa pendiente cayó, me temo, el ministro de Hacienda cuando sacó de su chistera de datos (de datos y de chistes) la especie de que hay actores muy famosos que no tributan en España. Como él sabe de qué trata su denuncia, no se puede ignorar su advertencia, pues quien controla el fisco tiene instrumentos para hacer circular sus sospechas. Lo que llama la atención es que haya usado sus conocimientos ministeriales justo dos días después de que en la gala de los Goya se le situara como uno de los blancos de los gags que suelen adornar el guion. Sonó extemporánea y al menos vengativa la advertencia; pero sobre todo resultó gravosa en términos comparativos, pues en el aire suenan nombres propios de defraudadores notorios a los que el ministro del ramo no ha señalado, me parece, con tanta saña.

jcruz@elpais.es
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Momentos Depardieu

La cultura no se lleva bien con la derecha. Los artistas abiertamente conservadores son contados. No es un rasgo diferencial de España; en Estados Unidos ocurre lo mismo, aunque los políticos republicanos, más que arremeter contra alguien en concreto, se limitan a defender un estilo de vida que nada o poco tiene que ver con el que llevaría una actriz o un escritor. Los hay, hay algún actor republicano y ejerce su libre derecho a serlo sin presiones, pero resulta chocante, como así ocurrió en la pasada campaña electoral con Clint Eastwood, dejando aparte que su intervención estuviera más de acuerdo con el mal actor que fue que con el buen director en el que se convirtió. De cualquier manera, el cine en Estados Unidos es una industria de ganancias significativas y eso es sagrado. El cine y los artistas están siempre en boca del presidente Obama en su discurso a la nación. Nuestro ministro de Hacienda, el señor Montoro, tuvo una intervención mucho menos simpática referida a esos actores que, según el enigmático don Cristóbal, se llevan sus impuestos fuera de España. Es paradójico que siendo tan evidente el desprecio que los actores provocan en un sector cada vez más numeroso de la derecha se ocupen tan prolijamente de ellos. La ceremonia de los Goya ha sido un temazo para las tertulias de la derecha radical, y al contrario que Montoro, que no soltó un nombre, los tertulianos se encargaron de señalar, estigmatizar, ridiculizar a un sector de por sí herido económicamente. No solo quieren que desaparezcan, desean que el pueblo justiciero les escupa por la calle.

Por lo demás, son contados los actores en España que cobran sueldos internacionales

Miento. Montoro soltó un nombre, el de Depardieu. Una comparación tramposa, porque el ministro sabe (o debería saber) que España no es Francia, que Rajoy no es Hollande, que en España no ha existido jamás esa sobreprotección hacia el cine que los franceses dieron en llamar “excepción cultural” y que las tarifas de los actores franceses superan en ceros a las de los españoles. Pero el señor Montoro nombró a Depardieu, uno de esos personajes que Francia, tan dada a los símbolos nacionales, había convertido en moneda de la patria: el niño pobre que se convierte en hombre instruido, excesivo, hedonista, vividor, extravagante, colérico, tierno, herido… y todos esos adjetivos que casan tan bien con lo que un francés tolera y venera de un artista; siempre y cuando el niño mimado no se lleve al país de al lado su dinero y difunda a los cuatro vientos su indignación por unos impuestos que hieren sus ganancias en un 75%. Las críticas han vuelto literalmente loco al paquidérmico Depardieu y, lejos de recular, ha amenazado con aceptar el abrazo de oso de Putin y hacerse ruso.

¿Qué tiene esto que ver con España? Nada. Ni en la concepción francesa de la cultura, ni en la decisión del Gobierno socialista de pegar una mordida a las rentas altas. Por lo demás, son contados los actores en España que cobran sueldos internacionales. Cuando Montoro, en su acto de tirar la piedra y esconder la mano, colocó en nuestra mente los nombres de dichos actores, eludió que probablemente pagan impuestos fuera de España porque trabajan fuera y no solo se tributa en el país en el que ha nacido. Pero esa alusión de Montoro nos situó a todos los ciudadanos, así creo que debiéramos verlo, en una indefensión total: por un lado, nuestro ministro amenaza con destapar las cuentas de aquellos que no secundan la política del Gobierno; por otro, disculpa las oscuras relaciones entre tramas corruptas y miembros en activo del Gobierno o del partido.

Pero esto no es nuevo. Hay todo un batallón de opinadores alentando desde hace años el desprecio a los trabajadores de cualquier campo creativo. Es un desprecio simple, grosero, populista, que se resume en una frase tantas veces escuchada, “que trabajen, como hacemos los demás”. Lo preocupante es que un miembro del Gobierno se exprese en los mismos términos indecentes. Para colmo, quien es responsable de la amnistía fiscal a las grandes fortunas evadidas y compañero de partido de un individuo que acumuló 22 millones de euros en Suiza.

Si una actriz da a luz en el hospital Mount Sinai, ¿su marido no puede hacer un documental sobre el Sahara?

Al parecer, vestir un traje de Chanel te inhabilita para realizar cualquier crítica. Es mucho más respetable, al parecer, una ministra que acepta como regalo un bolso de Louis Vuitton y afirma desconocer el origen de los favores recibidos que una actriz que viste un Dior y unas joyas prestadas para una gala. La ecuación es simple y cala en algunas mentes: si una mujer lleva unas joyas valiosas, tiene que ser de derechas para manifestar su coherencia. Estas exigencias de pureza ideológica podrían incluirse a veces en la antología del disparate: si una actriz da a luz en un hospital llamado Mount Sinai, su marido no tiene derecho a hacer un documental sobre el pueblo saharaui. Es como decir que para ir a la clínica del Rosario en Madrid tienes que haber hecho la primera comunión.

Me pregunto qué tipo de placer disfrutan aquellos que alientan el enfrentamiento entre los ciudadanos. Me da igual desde qué ideología vociferen. Pero podemos estar cerca del momento en que las personas de rostro conocido no se atrevan a pasear por la calle. Luego se quejarán de que se van a vivir al extranjero. Y es que no hay manera de acertar.
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Dos Españas

Nunca he creído que sobrevivieran a la muerte de Franco. La España democrática es una y son muchas, ni más ni menos que otras naciones europeas. Eso creía, y sin embargo ya no estoy tan segura, aunque si han vuelto a existir dos Españas, son desde luego nuevas, distintas de las tradicionales. Jamás, en nuestra historia reciente, ha sido tan necesario oponer el progreso a la reacción, pero por desgracia ya no se trata de eso, sino de algo que quizás parezca menos grave y puede resultar más peligroso. Porque el factor que hoy divide a España en dos es, simplemente, la realidad.

Si nuestro país fuera una persona, sus familiares intentarían llevarla a un psicoterapeuta que le ayudara a discriminar entre sus fantasías y su situación objetiva. Y no me refiero solo al debate parlamentario, ese triunfalismo de Rajoy que Bárcenas ha derribado de un soplo, igual que el lobo destrozó la casa del cerdito holgazán. Vivimos en un país donde, en general, los gobernantes corruptos proponen ambiciosos programas contra la corrupción, los creadores de leyes injustas piden que se apliquen con justicia, y los impulsores de delitos se apresuran a acudir a un juzgado para denunciarlos.

Mientras los responsables de los problemas se ofrecen gustosos para solucionar el problema que ellos mismos constituyen, sus víctimas sufren. Cuando alguien se atreve a decirlo en voz alta, se convierte en un populista, sinvergüenza, que está en política para ver si le cae un sobre o vive de las subvenciones y pretende encima cobrar por su trabajo. Observar la realidad se ha convertido en una provocación, una agresión al poder que no solo se considera legitimado para ignorar lo que pasa, sino para criminalizar a quien intenta contárselo. Así, antes de que la mate la corrupción, la democracia española morirá de irrealidad, y nadie tendrá dinero para enterrarla.

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Cataluña 2014

Nadie tomó muy en serio a Carod Rovira cuando, en plena euforia del gobierno tripartito, fijó el año 2014 como el horizonte en el que Cataluña debía decidir su independencia. El 300º aniversario del fatídico 11 de septiembre de 1714 en el que las tropas borbónicas capitaneadas por el Duque de Berwick entraron en Barcelona a sangre y fuego tenía, en el imaginario del defenestrado líder de ERC, todo el simbolismo requerido para la nueva cita de Cataluña con su historia. Aunque Carod cayó primero y después el tripartito, la apelación al aniversario histórico parece que quedó en el acervo del partido que desde hace décadas enarbola la bandera del independentismo y, frente a la resistencia de Convergencia, que incluso desde su perspectiva más soberanista, es capaz de ver las dificultades del reto, ha impuesto el solemne calendario para la celebración de la consulta. Y ya que el simbolismo histórico se halla tan presente en las decisiones de quienes nos pretenden guiar por esta transición, no está de más que, para atisbar las posibilidades de lograr el objetivo marcado, rastreemos los precedentes en los que se legitima.

Desde la unión de las coronas de Aragón y Castilla, Cataluña ha tenido dos episodios de enfrentamiento abierto y prolongado con el poder español. El primero fue la rebelión contra los planes de Unión de Armas diseñados por el Conde-Duque de Olivares para contrarrestar el pujante poder francés. La oposición de las Cortes Catalanas a participar en dicho proyecto fiscal y la profunda aversión popular al asentamiento del ejército en el Principado dieron lugar a la Revolta dels Segadors en 1640. El ejército armado por el Conde-Duque para aplastar la rebelión fue detenido en Montjuich gracias al apoyo de Francia. A partir de allí, tras un intento efímero de constitución de una república catalana, el Principado entró en la égida del rey francés, cuyo dominio se demostró más insoportable que el castellano, desembocando en la vuelta al apaciguado redil español.

El segundo se produjo con el alineamiento catalán en el bando del Archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión de 1705-1714. A diferencia del anterior, en este conflicto Cataluña no proyectaba un futuro por separado, sino que pretendía una nueva configuración de España, que preservara el llamado neoforalismo de la segunda mitad del siglo XVII, otorgara a Barcelona un papel más relevante en el reparto de poder y reconociera la libertad de comercio con las Indias. El conflicto tiene de nuevo un marcado carácter internacional, apoyando al Archiduque el Imperio e Inglaterra, mientras que Francia y Castilla se alinean con Felipe V. Finalmente, el acceso del pretendiente austracista a la corona imperial desbarata los equilibrios en los que se basaba la coalición, quedando Cataluña sola en una resistencia tan heroica como abocada al fracaso.

Con la legalidad constitucional en contra y sin apoyos en Europa, al proyecto de “transición nacional” se le presenta un camino incierto

La primera reflexión que podríamos realizar de este breve excurso es que buscar legitimidad simbólica en el aniversario de 1714 para un proyecto independentista es, desde la perspectiva histórica, poco riguroso. Pero no es, a mi entender, ésta la principal lección que nuestros políticos historiadores debieran extraer de los anteriores episodios, sino la evidencia de que las posibilidades de éxito de un enfrentamiento abierto con un poder superior se basan en los apoyos internacionales que ese proyecto pueda tener. Otros procesos de independización (véase Irlanda o la ex-Yugoslavia) demuestran con obstinada regularidad que sólo con un fuerte respaldo exterior las vías unilaterales tienen futuro.

Sin duda, la constatación de la gélida acogida que el proyecto independentista está teniendo en Europa, detectada ya por los políticos de Convergencia, les llevaba a ser más cautos en la fijación de fechas concretas. En una reciente entrevista, la socióloga norteamericana Saskia Sassen, preguntada por su opinión acerca del proceso soberanista, repreguntaba sobre los canales internacionales que había desarrollado Barcelona. Señalaba que Nueva York y Los Ángeles tienen circuitos internacionales realmente independientes y apuntaba en esta dirección para el juego de relaciones que Barcelona debía construir en un mundo global como el actual. Pero de momento la economía catalana está fuertemente entroncada a la española y los canales internacionales de Barcelona, que la conectan principalmente con Europa y Latinoamérica, son plenamente compartidos con Madrid. No obstante, ignorando las lecciones de la historia y miopes ante la evidencia de política internacional, ERC y el sector soberanista de Convergencia han impuesto un itinerario carente de anclas internacionales y privado de lógica geoestratégica. Porque es indudable que el estado español utilizará todos sus poderes para evitar la secesión unilateral de Cataluña. Con la legalidad constitucional en contra y sin apoyos en Europa, al proyecto de “transición nacional” se le presenta un camino muy incierto.

Eso podría regocijarnos a los que siempre hemos creído que, incluso en los malos momentos, España es un proyecto compartido. Pero para los que somos catalanes, eso no es así, pues sin duda esta aventura nos va a debilitar. Y también puede ser que fuera de Cataluña alguien haga el cálculo cínico de los réditos electorales que el enfrentamiento catalán pueda proporcionarle, especialmente en el nuevo ciclo electoral que se abrirá en 2014. Tampoco debiera ser así, en primer lugar porque jugar a espolear los sentimientos xenófobos es repudiable en cualquier contexto, pero además, porque aunque la aventura soberanista descarrile, el proyecto España va a salir debilitado si no somos capaces de construir un nuevo marco de convivencia común, marco que demanda con claridad un nuevo pacto constitucional.

Y refiriéndonos ahora a la historia más reciente, no estará de más recordar que el reforzamiento del catalanismo radical viene íntimamente vinculado al renacer del nacionalismo español en el segundo mandato de Aznar. Ese nacionalismo que enarbola ahora con entusiasmo la enseña constitucional recoge la tradición de los que en España se han opuesto siempre a toda reforma política (incluida la de 1978). Porque sólo con el argumento de la fuerza, sea la de los tanques o la de la legalidad preestablecida, no se reconstruirá la affectio en la que debe basarse el proyecto común que llamamos España.

Miguel Trias Sagnier es catedrático de la Facultad de Derecho de ESADE.
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IMPRESCINDIBLES
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El capitalismo del ego engendra monstruos

Nadie cree ya en nada, solo en lo que cada uno quiere: de ahí se deriva la desconfianza de todos frente a todos. La ceguera del Fausto digital ha dado origen a una crisis europea que cuestiona el núcleo del sistema
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Más allá de las fórmulas simples

La tesis de Acemoglu y Johnson sobre el “fracaso de las naciones” ha sido acogida por algunos como una oportuna explicación de la crisis de nuestro sistema político. Es una tesis sugerente, aunque discutida por algunos historiadores de la economía. Lo cierto es que se trata de una tesis mediáticamente agradecida al identificar culpables definidos. Y tiene además el mérito de la “parsimonia” con la que se encuentran cómodos algunos científicos sociales cuando tratan de interpretar fenómenos colectivos: la explicación se presenta como más convincente cuanto más sencilla —o más simplista— es.

Es atractiva la atribución de la responsabilidad de la crisis a unas “élites extractivas” que se han beneficiado de su posición dominante en las instituciones. Protegidos por la profesionalización endogámica de los partidos y por un sistema electoral poco personalizado, los políticos se habrían convertido en nuestras “élites extractivas” autóctonas. En términos más clásicos, una oligarquía de profesionales se habría apoderado de los mecanismos institucionales para su personal provecho y habría bloqueado la adaptación del sistema a necesarios cambios sociales y económicos. Entre los efectos negativos de este bloqueo, florecerían la corrupción y su impunidad.

La receta para romper esta dinámica perversa pivotaría sobre dos puntos básicos. El primero sería la depuración drástica de la casta corrupta mediante instrumentos penales más severos, como un reflejo legal del “todos fuera” cuando no del “todos a la cárcel”. El segundo ingrediente apuntaría a las reformas institucionales, entre ellas, la persistente apelación a una revisión del sistema electoral para acabar con el control oligárquico de la representación política. No hay que menospreciar los efectos paliativos de esta doble terapia. Pero es dudoso que sirviera para corregir a medio y largo plazo el problema de fondo de nuestro sistema político. Porque el tratamiento recomendado intenta corregir defectos importantes y muy evidentes del sistema pero no ataca otros de donde nacen los más visibles.

Es abundantísima la literatura internacional sobre los orígenes y los remedios de la corrupción. Empieza a serlo también en España (Iglesias, Jiménez, Laporta, Lapuente, Nieto o Villoria, entre otros). Sus indicaciones no son siempre coincidentes, pero aportan diagnósticos y tratamientos más refinados, algo menos simples y más a largo plazo. Me interesa señalar las que se fundan en la comparación con sociedades europeas donde la integridad de responsables públicos y empresariales es mucho más sólida. Se trata de sociedades caracterizadas por la existencia de un mayor interés por la política, más confianza social, menor desigualdad económica y mayor desarrollo humano, según acreditan los correspondientes rankings de organismos internacionales competentes. A veces se invocan también factores histórico-culturales e institucionales como origen de un mejor asentamiento de las instituciones democráticas y de la infrecuencia de comportamientos corruptos.

Pero se ha hecho notar además que son también sociedades cuyos gobiernos desarrollan desde hace décadas unas políticas sociales redistributivas en términos de carga fiscal y gasto público. Su énfasis en políticas educativas, sanitarias y de protección social ha sido —como sabemos— el rasgo fundamental de un “estado social” que ha conseguido aumentar la igualdad económica entre sus ciudadanos. Sus efectos beneficiosos para incrementar la confianza social han sido más robustos cuando aquellas políticas sociales se han aplicado con carácter universal y no de manera discriminatoria o means-tested.

Los países mejor clasificados en el ‘ranking’ de integridad política tienen sistemas electorales proporcionales

Hay que advertir que esta asociación de datos de carácter económico, cultural y político no aclara siempre dónde está la causa y dónde el efecto. Pero obliga a una imprescindible reflexión sobre la interrelación entre integridad pública, igualdad económica y confianza social. Una reflexión que descubre el carácter insuficiente de los remedios anticorrupción que suelen tener mayor apoyo en la opinión pública y en la opinión publicada. De pasada, es bueno resaltar que los países mejor clasificados en el ranking de la integridad política presentan dos caracteres que algunos denuncian aquí como nocivos para la misma: una tasa elevada de empleo público y la vigencia de sistemas electorales proporcionales.

Afirmaba ya Aristóteles que las comunidades políticas más estables eran las formadas por ciudadanos con recursos económicos equiparables porque les comprometía de forma más solidaria con la cosa pública. La desigualdad, en cambio, alimenta la desconfianza, el enfrentamiento y la corrupción. Es bueno recordar esta recomendación del clásico junto con lo que aportan los análisis contemporáneos. Especialmente cuando las políticas socioeconómicas dominantes están incrementando ahora la desigualdad en lugar de disminuirla. Aun sin adoptar una tesis excesivamente mecanicista, no parece que sea éste el mejor punto de arranque para reforzar la democracia y desterrar la corrupción. Se sabe que desigualdad, desconfianza social y corrupción son taras sociales de las que cuesta desprenderse. Razón de más para no seguir cargando con el lastre de una creciente desigualdad social cuando se pretende evitar la degradación de la calidad y de la integridad de nuestra política. Sin prescindir de ellas, no bastará acudir a recetas penales o institucionales. Será necesario completarlas con políticas sociales y económicas redistributivas que aparecen como asiduas compañeras de las democracias más sólidas y más íntegras.

Josep M. Vallès es catedrático emérito de ciencia política (UAB).
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Tiempo de España

Hemos iniciado un nuevo año no exento de incertidumbres, inquietantes datos económicos y una más que comprensible preocupación —por no decir frustración— de los ciudadanos por el futuro de nuestro Estado democrático y social, que tanto nos ha costado edificar. No son pocas las familias que han perdido su fe en el sistema, en sus dirigentes y en el rumbo de nuestro propio país. Incluso, en el modelo territorial y de solidaridad regional que nos ha permitido alcanzar niveles de cohesión y desarrollo impensables hace tan solo unos pocos años.

¿Cómo no compartir esta inquietud? ¿Cómo permanecer insensible al sufrimiento de tantos hogares que han visto reducidos, cuando no completamente eliminados, sus ingresos, que han perdido quizás sus viviendas y se ven abrumados por gastos a los que difícilmente podrán hacer frente?

Soy consciente de que en esta coyuntura es difícil —y, para algunos, incomprensible, incluso frívolo— hablar de confianza y optimismo. Y, sin embargo, no se trata de una inútil quimera: no solo es saludable, sino auténticamente necesario hacerlo. Y aunque no lo parezca, tenemos numerosas razones para confiar en nuestro futuro y en nuestra propia capacidad como Estado y como pueblo(s).

Haciendo un ejercicio de perspectiva, aun con los claroscuros y altibajos que ha conocido la historia de los territorios que hoy conforman nuestra realidad como Estado, los españoles, todos los españoles, hemos demostrado al mundo que somos un pueblo dinámico, valiente, pleno de energía, dotado de innegables valores para la expresión artística y literaria y para el deporte, individual y colectivo. Somos creativos, innovadores y, al mismo tiempo, respetuosos con nuestra herencia y tradiciones. Somos solidarios, familiar, comunitaria y globalmente. Somos sociables y abiertos, amantes de compartir, dar y recibir. Nuestros jóvenes constituyen la generación mejor preparada de nuestra historia: aunque en mas de un caso se vean obligados a buscar oportunidades en el exterior y se vean hoy afectados por la falta de trabajo dentro de nuestras fronteras, son jóvenes cualificados, comprometidos con los problemas de su tiempo y cada vez mas abiertos al mundo exterior, ante el que cuentan con mejores capacidades para enfrentarse (lenguas, formación, capacitación técnica, etc.).

Quiero referirme tan solo a algunas cuestiones que, a modo de contrapunto, invitan al optimismo y a la reflexión:

Vamos a coordinar todos nuestros esfuerzos en pro del bienestar común

Seguimos siendo una economía importante en Europa y el mundo, a pesar de los años de contracción que estamos experimentando. Somos líderes mundiales en diversos sectores productivos y tecnológicos —infraestructuras, energías renovables, telecomunicaciones, moda, sector hábitat, sector agroalimentario, etc.— y en algunas áreas de I+D+i: tecnologías de identificación electrónica y soluciones biométricas; tecnologías de la información y comunicaciones (TIC); e-government; tecnología sanitaria; operadores de transporte aéreo; energías renovables; tecnología naval militar; biotecnología; tratamiento de aguas y desalación de agua de mar y agua salobre; sistemas de control de satélites y de dinámica orbital; sistemas aéreos y espaciales; etc.

Tenemos empresas dinámicas. Algunas de ellas ocupan posiciones de liderazgo en el conjunto del tejido empresarial mundial.

El idioma español es hablado hoy por cerca de 500 millones de personas. Es la segunda lengua del mundo por número de hablantes, el segundo idioma de comunicación internacional, la segunda lengua mas estudiada del mundo, por detrás del inglés, y la tercera mas utilizada en Internet.

España es una potencia mundial en el ámbito artístico-cultural. Hemos dado y seguimos dando al mundo creadores y artistas de primer orden en todos los ámbitos. España es el segundo país con mayor número de bienes inscritos (42) en la lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO, tan sólo detrás de Italia. Contamos también con 11 bienes inscritos en la lista del Patrimonio Inmaterial de la UNESCO.

En el terreno del medioambiente y la biosfera, somos el tercer país del mundo en número de Reservas de la Biosfera de la UNESCO (42) y el país de la UE con mayor número de banderas azules en sus playas (511).

España es el primer destino mundial en turismo vacacional, el cuarto destino turístico del mundo en número de visitantes, el segundo mundial en ingresos.

En gastronomía y alimentación, tenemos algunos de los mejores restaurantes y chefs del mundo, algunos de ellos pioneros de la cocina moderna y creativa. La dieta mediterránea, de la que España es uno de los primeros exponentes mundiales, figura inscrita en la lista de bienes del Patrimonio Inmaterial de la UNESCO desde 2010. Nuestros vinos, aceites, quesos,… gozan de prestigio y reconocimiento internacional.

Somos una potencia deportiva mundial, tanto a nivel individual como colectivo.

Y también somos líderes en solidaridad. Por ejemplo, en trasplantes: España es el país con mayor tasa de donación de todo el mundo, duplicando la de la UE y superando en ocho puntos la de Estados Unidos. El modelo español ha sido recomendado por la OMS y se esta aplicando en diferentes partes del mundo. Nuestra Cooperación al Desarrollo (AECID), ONCE, Cáritas, Cruz Roja, la FESBAL… serían muchos los actores a destacar.

En Marca España estamos convencidos de que podemos y debemos mejorar la imagen de nuestro país, tanto en el interior como más allá de nuestras fronteras, en beneficio de todos los españoles. En un mundo global, una buena imagen país es un activo que sirve para respaldar la posición internacional de un Estado política, económica, cultural, social, científica y tecnológicamente. Queremos desarrollar una política de Estado, como hacen otros muchos países de nuestro entorno, más allá de vaivenes políticos y sobre la base del consenso. Es un proyecto inclusivo, cuya eficacia reside en el largo plazo.

Tenemos una decidida voluntad de coordinar todos nuestros esfuerzos y capacidades en pro del bienestar común. Hemos lanzado ya una pagina web (http://marcaespana.es o http://marcaespana.es, disponible también en inglés), firmado convenios con entidades como RTVE, EFE y el Foro de Marcas Renombradas y estamos elaborando un Plan Anual de actividades que próximamente presentaré ante el Consejo de Ministros.

A esta labor de defender y promocionar lo nuestro me gustaría invitar a todos los españoles y a aquellos que sin serlo aman a nuestro país para que nos ayuden a lograrlo. Porque Marca España somos todos: organismos y entidades públicas y privadas, empresas, fundaciones, think tanks y, sobre todo, la sociedad civil, todos nosotros, todos los ciudadanos.

Carlos Espinosa de los Monteros es Alto Comisionado para la Marca España.
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Europa vigila

La Comisión Europea (CE) no entiende el proceso de fusión de los reguladores independientes sectoriales que, sin excesivas prisas, pretendía poner en pie el Gobierno español prácticamente desde enero de 2012. Neelie Kroes, vicepresidenta de la CE, ha hecho saber al ministro Soria que el proyecto de fusión causará, tal y como está redactado, una pérdida importante de independencia en las funciones de regulación y control de los mercados. La amenaza de abrir un procedimiento de infracción si no se cambian los términos del proyecto de fusión de la Comisión Nacional de Competencia, la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones y la Comisión Nacional de la Energía, los tres reguladores sectoriales más importantes, para formar un megarregulador llamado Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC), indica que la CE ha captado el excesivo sesgo político de la fusión y la irrelevancia práctica de la nueva CNMC.

Las objeciones de fondo de Kroes se centran principalmente en el hecho de que muchas de las competencias de investigación y sanción de los reguladores sectoriales, en particular las que atañen a las telecomunicaciones, se trasladan al Ministerio de Industria; y en que el cuerpo técnico de los reguladores, supuestamente independiente y que según los modelos vigentes de Europa es elegido por cada uno de los organismos sectoriales, sería decidido por el Consejo de Ministros. En otras palabras, el proyecto del Gobierno pretende convertir unas instituciones orientadas a garantizar la competencia de los mercados, en otra dirección general más del Ministerio de Industria. El pretexto es el ahorro de gasto público, pero resulta indefendible desde el momento que la CNMC se pretende financiar con cargo a los Presupuestos mientras que los reguladores actuales se financian mediante tasas. La operación no se sostiene. Para el Gobierno sería más sencillo reconocer que no le gustan los reguladores independientes (mucho menos si sus presidentes están nombrados por el PSOE) y que la supervisión de mercados, un instrumento decisivo en la relación con las grandes empresas, debe ser controlada por el Ejecutivo, sin intermediarios.

Asegura ahora el Gobierno, tras recibir el aviso de Bruselas, que va a cambiar el texto “para garantizar la independencia” de los reguladores. En la tramitación en el Congreso necesitará probablemente la colaboración del primer partido de la oposición para hacer creíble el viraje y dotar de consistencia política al texto legal. Pero no está claro que PP y PSOE tengan las ideas muy claras sobre la estructura y funciones de los organismos independientes. Una solución de compromiso probable es mantener la Comisión Nacional de Competencia y fusionar el resto de las instituciones. En todo caso, ahora la vigilancia de Kroes empuja a volver atrás y devolver competencias y funciones de inspección y control a los reguladores sectoriales. Como debe ser.
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Europa y la modernización de España

Hoy quedan tres países europeos entre las siete primeras economías del mundo. Dentro de diez años quedarán dos. En 2030 sólo Alemania aguantaría en la lista, pero en 2050 ya no quedaría ninguno. ¿Qué significa esto? Que los Estados europeos son demasiado pequeños como para competir por separado en el mundo del siglo XXI. Tan sencillo como eso. Europa se enfrenta a un mundo que de aquí a 2030 va a sumar 2.000 millones de personas, fundamentalmente asiáticas, a la clase media, según la definición del Banco Mundial. La presión sobre los recursos, las materias primas, el agua y los alimentos será enorme, dado que nuestro planeta es limitado y no tenemos otro de repuesto. El reequilibrio global será prácticamente inevitable.

En este mundo marcado por la interdependencia y el cambio constante juntos somos más fuertes. Europa tiene que conseguir que las oportunidades que ofrece la globalización no se vuelvan en su contra. Si no apostamos por la integración, las sociedades europeas podrían verse superadas por las emergentes en desarrollo tecnológico, capacidad de crear empleo, costes de producción, talento y creatividad.

La Unión Europea sigue siendo el lugar cuya estructura económica y social asegura una mejor calidad de vida. La demanda de una voz europea en el mundo es clara en ese sentido —recordemos a Lula hablando de la UE como patrimonio de la humanidad— porque es garantía de unos valores que representan lo mejor de nosotros mismos. Europa tiene un reconocido y envidiable Estado de bienestar. Es una de nuestras señas de identidad colectiva y uno de nuestros principales motivos de orgullo. Sin esa voz europea el cambio será indudablemente peor.

En términos de igualdad económica, la comparación entre Estados Unidos y la Unión Europea es muy esclarecedora. El ratio de PIB per cápita entre el Estado más rico y el más pobre en Estados Unidos es de 2 a 1 (excluyendo al Distrito Columbia); mientras que en la UE es de 6,5 a 1. La desigualdad interestatal es mayor en Europa. Pero si hablamos en términos intraestatales las cosas cambian. El coeficiente de Gini (donde 0 es la igualdad absoluta y 1 es la desigualdad absoluta) medio en Europa es de 0,30 frente al 0,45 de media en Estados Unidos. China llega al 0,47. La sociedad americana (como la china) es muy desigual. En Europa ocurre lo contrario. Las sociedades son mucho más igualitarias aunque la convergencia entre sus miembros esté aún más lejos. Esta es, de hecho, la gran tarea que tenemos en el horizonte.

La unión política es la meta, y el proceso de creación de ciudadanía es la manera de conseguirlo

Teniendo en cuenta los niveles de protección social y los sistemas públicos de educación y sanidad y sin saber de antemano en qué posición social les fuera a tocar (una variante reducida del velo de Rawls), ¿dónde preferirían nacer si pudieran elegir?

Europa ha pasado por momentos malos. A principios de los años 80 se hablaba en nuestro continente de “euroesclerosis”. Europa no crecía económicamente y destruía empleo de manera alarmante. Entonces tuvimos la imaginación suficiente para crear el mercado único que sentó las bases para el círculo virtuoso de los años 90. Hoy necesitamos otra dosis de imaginación en la apuesta por la integración y por el libre comercio transatlántico, que podría tener un efecto, en cierto modo, comparable a aquello.

Sin embargo, hoy empieza a hacer mella la desafección por Europa en España y en otros países europeos. Frente a la falsa y creciente sensación de que la Unión Europea actúa contra nosotros es fundamental que nuestro compromiso europeo no se quiebre. Hay muchas razones que explican por qué, pero dos sobresalen en el horizonte inmediato.

En primer lugar, España necesita crecimiento económico urgente y por tanto financiación. Es la única manera de frenar y reducir el desempleo, que sigue siendo el principal drama de nuestro país. Para que la economía crezca son necesarias las reformas, pero también el estímulo económico empleado de manera inteligente y útil. España ni tiene el dinero necesario ni tampoco logra que se lo presten a intereses razonables. Por eso España necesita a Europa. Sea porque el dinero sólo puede llegar de allí o porque sólo ella tiene la capacidad de avalarnos, España no puede desvincularse de su compromiso europeo. No tiene otro recurso.

En segundo lugar, una Europa unida sigue siendo, como lo ha sido durante décadas, nuestra gran esperanza de modernización. Necesitamos a Europa como catalizador reformista para acometer las reformas estructurales bloqueadas por los intereses creados en nuestro país, como ya pasó cuando España tuvo que adaptarse a los estándares europeos para ingresar en la Unión.

Crece también la tentación de mirar hacia Europa buscando chivos expiatorios. Pero no debemos caer en la demagogia. España tiene que asumir la enorme responsabilidad histórica que tiene el momento en el que vivimos. Sin una voluntad clara y colectiva de modernización las soluciones que demandamos a nuestros socios estarán siempre condenadas al fracaso. Para eso se necesita el compromiso de toda la sociedad, incluyendo a sus élites políticas, empresariales y sociales.

Paso a paso se completa una larga travesía que nos ha permitido disfrutar de las cotas más altas de bienestar del mundo

Es indudable que no todas las recetas que nos llegan desde Europa son las ideales. Hay otra manera de hacer las cosas por la que España tiene que luchar unida y convencida del proyecto europeo. Para ello tenemos que ser fuertes dentro de la Unión y volver a recuperar la posición que nunca debimos perder. España lleva demasiado tiempo alejada del núcleo europeo, donde hoy ni está ni se la espera. Es inaceptable. España tiene que volver a ser una referencia en el continente, estar en el centro de decisión y comportarse como un país comprometido, respetable y fiable.

Para volver al lugar que nos corresponde en Europa hay que demostrar lealtad, respeto a los demás y debatir con argumentos serios para formular demandas razonables. España debe plantear sus reivindicaciones siendo consciente de que la base común que nos une es tan amplia que siempre es posible encontrar espacios de acuerdo, alianzas y consensos beneficiosos para todos. Y, sobre todo, debe encontrar una auténtica estrategia europea y abandonar las tácticas cortoplacistas.

España tiene que probar su voluntad reformista para acabar con los desequilibrios macroeconómicos y corregir los problemas estructurales. A cambio, necesitamos ayuda para volver a crecer económicamente en el corto plazo y un periodo de tiempo razonable para cumplir con nuestras obligaciones. Si no, nada de lo anterior será suficiente. Necesitamos también una verdadera y urgente unión económica y fiscal. El proceso está ya en marcha, pero hay que acelerarlo. En los últimos dos años hemos dado pasos antes inimaginables hacia la unión bancaria. El futuro fondo de garantía de depósito común será el embrión de la unión fiscal. De la misma manera que el MEDE es el embrión del prestamista de última instancia que requiere cualquier unión económica de verdad.

España no debería tener miedo a ceder soberanía. La unión política es la meta y el proceso de creación de ciudadanía es la manera de conseguirlo. La Unión debe corregir su diseño institucional para dotarse de legitimidad democrática y evitar que algunos gobiernos nacionales se conviertan en los auténticos centros de decisión. Los ciudadanos perciben que las decisiones que más les afectan se toman por líderes que no han elegido. Eso genera rechazo y desafección. Por eso es urgente recuperar las instituciones europeas como punto de encuentro y consenso y hacerlas verdaderamente representativas. Es la mejor manera de luchar por la Europa que queremos.

El camino de la integración europea parece largo y lento, pero es el único posible si queremos que Europa siga siendo un actor relevante en el mundo, con algo que decir y que aportar. Paso a paso se completa una larga travesía que, no nos olvidemos, nos ha permitido disfrutar de las cotas más altas de bienestar del mundo y de 70 años de paz.

De nosotros depende formar parte del proyecto o quedarnos a un lado. Y, por supuesto, quedarse a un lado es la peor de todas las opciones. Por eso, basta ya de eludir la enorme responsabilidad histórica que tenemos. Abordemos el debate de manera madura y constructiva. Se lo debemos a las generaciones que vienen. A nuestros hijos y a nuestros nietos.

Este momento podrá ser recordado como el revulsivo que necesitaban España y Europa para garantizar la prosperidad futura o como el episodio de más miopía política que se recuerde, germen de muchos otros problemas consecuencia de la falta de acción. Está en nuestras manos.

El reto es ahora. Y la solución sólo puede pasar por Europa.

Javier Solana es presidente de ESADEgeo, el Centro de Geopolítica y Economía Global de ESADE, y colaborador distinguido en la Brookings Institution.
fuentes http://elpais.com/elpais/2013/02/22/opinion/1361557935_358341.html

domingo, 24 de febrero de 2013

Como la nieve bajo el sol


Rajoy no dijo palabra sobre el riesgo de que un euro fuerte “derrita” todos nuestros sacrificios



Nos enteramos por la señora Merkel de que los españoles estamos muy preocupados porque el mantenimiento de un euro fuerte (entre 1,30 y 1,40 dólares) “puede derretir como la nieve bajo el sol” todos nuestros sacrificios. Aun así, a la canciller alemana le parece que ese tipo de cambio es razonable y que su propio país lo puede sobrellevar perfectamente. Por lo que se ve, las exportaciones alemanas no dependen tanto como las españolas de las oscilaciones en el precio de la moneda única.
Merkel habló en el acto del 50º aniversario del Consejo Asesor de Economía del Gobierno alemán. Ese mismo día, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, habló en el Congreso sobre el estado de la nación y sobre los resultados de la última cumbre de la Unión Europea. Rajoy se mostró encantado por la marcha de las cosas para España dentro de la UE y por los acuerdos para los presupuestos comunitarios 2014-2020. “Nos ha costado mucho, se lo digo con franqueza, hemos tenido que trabajar y negociar duramente; pero, al final, podemos decir que este es un buen resultado para España”. Ni palabra sobre nuestra angustia por una excesiva fortaleza del euro que puede hacer inútil tanto sacrificio. Treinta y seis horas sin dormir impiden escuchar bien a la señora Merkel.
El presidente se mostró satisfecho con varias cosas. La primera de todas, dijo, porque se ha creado un fondo para impulsar el empleo juvenil, del que a España le corresponderán 900 millones de euros. Se olvidó explicar que como es un fondo a siete años, la UE facilitará a España unos 130 millones de euros cada ejercicio para ayudar a combatir el desempleo del 55% de los jóvenes que quieren trabajar y no pueden. Para hacernos una idea, esos 130 millones suponen la cuarta parte del presupuesto anual del Real Madrid.
Está muy bien que el presidente del Gobierno esté satisfecho. Su colega alemana, también: “Alemania ha alcanzado todos sus objetivos en la cumbre”, dijo ante su Parlamento. “Queríamos reducir el presupuesto en 960.000 millones de euros y lo hemos logrado. Nuestra principal concesión ha sido que el dinero que ya estaba en la UE de ejercicios anteriores, pero que no había sido gastado, no vaya de vuelta a los países de origen”. Es una alegría saber que estamos contentos.
El debate hubiera sido una buena ocasión para que cada uno dejara clara su posición respecto a unos cuantos problemas europeos
Es posible que el Parlamento Europeo no lo esté tanto. Esa institución, en la que nadie se fija, pero que cada día más es el único lugar donde se defienden los intereses del conjunto de los ciudadanos de la UE, está dando estos días una batalla importante. Británicos y parte de los alemanes luchan para evitar que los presupuestos se sometan a votación secreta (¡ellos, que tanto la defienden cuando se trata de asuntos sindicales!). Temen que si los eurodiputados pueden votar en conciencia, los presupuestos sean rechazados.
Una pregunta: ¿qué van a hacer los eurodiputados del PP? ¿Pedirán votación secreta? ¿Apoyarán a los diputados de otros países del sur, igualmente críticos con esos “estupendos” presupuestos? ¿O se unirán a los británicos y alemanes? ¿Y los eurodiputados socialistas? ¿Cómo piensan votar? El debate hubiera sido una buena ocasión para que cada uno dejara clara su posición respecto a unos cuantos problemas europeos, incluido este. Pero nadie quiso llevar el debate por ahí. El líder socialista, Pérez Rubalcaba, fue el único que llamó la atención sobre la cada vez mayor fractura entre países del norte y del sur, pero sin mayores precisiones.
Rajoy, que ha dicho mil veces que su Gobierno ha tenido que aplicar las políticas de ajuste que reclamaba la UE, intentó, por primera vez, mostrar su agradecimiento: “Cuando en España algunos hablan de la Unión Europea como una especie de madrastra que nos impone recortes, conviene recordar que la parte dañada del sistema financiero español ha recibido del Mecanismo Europeo de Estabilidad 40.000 millones de euros en créditos al 0,5%”. Cierto, sin esa intervención, que trajo hombres de negro al Banco de España, el sistema financiero tendría la cabeza bajo el agua. Debemos estar agradecidos, pero tampoco conviene olvidar que ese dinero lo vamos a pagar los españoles, euro a euro.
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